“La sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues escrito está: él prende a los sabios en la astucia de ellos” (1 Corintios 3:19).
LA TIERRA ES DE DIOS
"Cierta vez, un científico desafió la necesidad de un Dios creador, alegando que podía crear la humanidad tan bien como podría hacerlo cualquier dios. Entonces, Dios le dijo: ‘Muy bien, hazlo'. Así que el científico comenzó a juntar algo de polvo, pero Dios exclamó: ‘¡Espera un momento! ¡Fabrica tu propia tierra!' "
Aunque este incidente es solo una fábula, el asunto es claro: Dios es el único que puede crear de la nada. Dios hizo todo el material del universo, incluyendo nuestro mundo, nuestras posesiones, y nuestros cuerpos. Él es el dueño legítimo de cada cosa.
¿Cuál es el mensaje básico para nosotros en los siguientes textos? Más importante, ¿qué nos dice este mensaje acerca de la forma en la que debemos relacionarnos con el mundo, con Dios y los unos con los otros? Salmo 24:1, 2; Job 41:11; Salmo 50:10; Isaías 43:1, 2; 1 Corintios 6:19, 20.
Un himno cristiano muy conocido comienza con estas palabras: "El mundo es de mi Dios" (Himnario adventista, número 65). Realmente el mundo es de nuestro Padre, porque él lo creó. No hay otro reclamo más legítimo a la propiedad que haberlo creado. Dios creó el universo entero y, por lo tanto, es dueño de los cielos y la tierra, y todo lo que en ellos hay.
No solo el mundo pertenece a Dios, él reclama la propiedad de toda criatura de la tierra. Ningún otro ser (al menos que nosotros sepamos) tiene el poder de crear la vida. Dios es el único Creador y, como tal, el dueño final de toda criatura. Somos completamente dependientes de Dios para nuestra existencia. No podemos dar a Dios nada fuera de nuestra lealtad; todo lo demás sobre la tierra ya es de él.
Incluso más: nosotros somos de Dios no solo por creación sino, aún más importante, por redención. Aunque la vida es un don maravilloso de Dios, ha sido grandemente dañada por el pecado y terminará en la muerte; esta perspectiva le quita todo significado y propósito. La vida, como existe ahora para nosotros, no es tan grandiosa. Nuestra única esperanza es la maravillosa promesa de redención, la único que puede hacernos "justos" otra vez. De este modo, somos de Cristo por creación y por redención.