"En aquel día, dice Jehová de los ejércitos, cada uno de vosotros convidará a su compañero, debajo de su vid y debajo de su higuera" (Zac. 3:10)
El Señor Viene
Lee Zacarías 2. Aquí se registra una visión en la que el profeta ve una Jerusalén renovada, tan llena de gente que sobrepasa las murallas. Eso atraería a incontables gentiles, un pensamiento que debe haber sonado muy extraño al pueblo. El versículo 10 comienza con un llamado al gozo, seguido por la razón para tal júbilo: la venida personal de Dios para vivir entre su pueblo.
El dramático retorno de Dios para habitar en su casa reconstruida causa alabanza a quienes habían regresado del exilio. Sion, la morada del gran Rey, es llamada “hija de Sion”, un término profético de cariño. En vista de su gloriosa perspectiva, Sion es invitada a regocijarse, porque Dios mismo cuidará de su pueblo. Cualquiera que tocare al pueblo de Dios, toca la pupila de su propio ojo (vers. 8).
El profeta dijo que en el día de Jehová, muchas naciones no hebreas vendrán y se unirán al pacto del Señor. El plan original de Dios era que las naciones vecinas verían cómo el servicio de Israel al verdadero Dios resultaba en bendiciones y prosperidad; así, ellas serían conducidas a unirse al Señor. De esta manera el remanente de Israel y los creyentes gentiles juntos llegarían a ser un pueblo, en cuyo medio habitaría Dios mismo. Este evento cumpliría la promesa de Dios a Abram y Sarai de que por medio de su posteridad todas las naciones del mundo serían bendecidas (Gén. 12:1-3).
¿Cómo había de cumplirse esta profecía? Rom. 15:9-18; Efe. 3:1-8.
Por medio de la profecía de Zacarías, Dios promete no destruir las naciones sino incluirlas entre el pueblo del pacto de Dios. El futuro prometido es el resultado de la iniciativa propia de Dios y era el anhelo de muchos profetas bíblicos. Jesucristo comisionó a su iglesia a predicar a todo el mundo las buenas noticias de la salvación que todos pueden encontrar en Jesús, si la aceptan para sí mismos. El apóstol Pablo llamó a este plan de Dios “el misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos” (Rom. 16:25).
¿Cómo debería impactar en nuestra vida la comprensión de la universalidad del mensaje evangélico y la idea de que es para toda la humanidad? Es decir, ¿cuánto de nuestra vida, nuestro tiempo y nuestros pensamientos están centrados en alcanzar al mundo con las maravillosas verdades que se nos han dado?