“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”. Romanos 12:1
VIDA POR VIDA
Lee Levítico 17:10 y 11. ¿Qué función adjudica Dios a la sangre?
En un pasaje en el que Dios instruye a los israelitas para que no coman sangre, provee una razón interesante para esta prohibición: la sangre representa la vida, y Dios hizo que la sangre expiatoria fuera un rescate por la vida humana. Una vida, representada por la sangre, rescata a otra vida. El principio de la sustitución, que llegó a ser explícito en el monte Moriah cuando Abraham ofreció la sangre del carnero en lugar de la sangre de su hijo, está firmemente arraigado en los requisitos legales de Dios para el antiguo Israel.
En Génesis 22, Dios muestra que él mismo es el que provee el medio para la expiación; y la expresión “yo os la he dado” (Lev. 17:11) es enfática. Nosotros no podemos proveer nuestro propio rescate. Dios tiene que darlo.
Otras religiones que usan sacrificios tienen un concepto diferente. En la Biblia, no es un ser humano el que se acerca a Dios para aplacarlo; más bien, es Dios quien provee el medio para que uno vaya a su presencia. Y Cristo proveyó su sangre para el rescate.
Lee 1 Samuel 15:22 y Miqueas 6:6 y 8. ¿Cuáles son algunos de los peligros de un sistema de ritos?
Dios nunca tuvo la intención de que los sacrificios sustituyeran la actitud del corazón; por el contrario, los sacrificios debían abrir el corazón del creyente a Dios. Si perdemos de vista el hecho de que los sacrificios expresan una relación espiritual entre Dios y nosotros, y que todos ellos apuntan a un sacrificio mucho mayor, Cristo Jesús, podríamos fácilmente confundir los ritos de sacrificios con un aparato automático para realizar la expiación. Además de los sacrificios, Dios quiere que nuestros corazones sean rectos ante él (Sal. 51:16, 17). Los profetas israelitas acusaron al pueblo de una piedad falsa y los llamaron a “hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miq. 6:6-8; comparar con Isa. 1:10-17).
¿De qué maneras afrontamos el mismo peligro expresado arriba? ¿Por qué a menudo es difícil darse cuenta de que podemos hacer lo mismo que hicieron los antiguos israelitas en este asunto? ¿Cómo podemos evitar este error?