“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”. Romanos 12:1

EL SACRIFICIO EN MORIAH

martes 15 octubre, 2013

Lee Génesis 22:1 al 19. ¿Qué aprendió Abraham acerca de los sacrificios?

¿Cuál era el propósito de Dios en este increíble desafío a la fe de Abraham? La vida del patriarca con Dios siempre había estado acompañada por promesas divinas: la promesa de tierra, de descendientes y de bendiciones; la promesa de un hijo; y la promesa de que Dios cuidaría de Ismael. Abraham sacrificó, pero siempre fue a la luz de alguna promesa. Sin embargo, en la situación descrita en Génesis 22, Abraham no recibió ninguna promesa divina; en cambio, se le dijo que sacrificara la promesa viviente, su hijo. Obedeciendo el mandato de Dios, Abraham mostró que Dios era más importante para él que cualquier otra cosa.

“Fue para grabar en la mente de Abraham la realidad del evangelio, así como para probar su fe, por lo que Dios le mandó sacrificar a su hijo. La agonía que sufrió durante los aciagos días de aquella terrible prueba fue permitida para que comprendiera por su propia experiencia algo de la grandeza del sacrificio hecho por el Dios infinito en favor de la redención del hombre. Ninguna otra prueba podría haber causado a Abraham tanta angustia como la que le causó el ofrecer a su hijo. Dios dio a su Hijo para que muriera en la agonía y la vergüenza” PP 150

Con respecto al sacrificio, Abraham comprendió dos principios esenciales. Primero, nadie sino Dios mismo ofrece el verdadero sacrificio y el medio de salvación. Es Dios el que quiere, y debe proveer. Abraham inmortalizó este principio al llamar a ese lugar, “YHWH Jireh”, que significa: “Dios proveerá”. Segundo, el sacrificio real es sustitutivo, el que salvó la vida de Isaac. El carnero fue ofrecido “en lugar de su hijo” (Gén. 22:13). Ese animal, que Dios proveyó, prefigura al Cordero de Dios, Jesucristo, en quien “Jehová cargó [...] el pecado de todos nosotros” (Isa. 53:6, 7; Hech. 8:32).

¡Qué entrega asombrosa la de Abraham! ¿Quién puede imaginar cómo habrá sido para Abraham esta experiencia? Piensa en la última vez que tuviste que actuar por pura fe y hacer algo que te causó mucha angustia. ¿Qué aprendiste de tus acciones, y cuán bien te ha quedado grabada la lección?

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