“Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres”
Mateo 15:8 y 9
LOS PRECEPTOS DE LOS HOMBRES
“La sustitución de los mandamientos de Dios por los preceptos de los hombres no ha cesado. Aun entre los cristianos se encuentran instituciones y costumbres que no tienen mejor fundamento que la tradición de los padres. Tales instituciones, al descansar sobre la sola autoridad humana, han suplantado a las de creación divina. Los hombres se aferran a sus tradiciones, reverencian sus costumbres y alimentan odio contra aquellos que tratan de mostrarles su error. [...] En lugar de la autoridad de los llamados padres de la iglesia, Dios nos invita a aceptar la Palabra del Padre eterno, el Señor de los cielos y la Tierra”
DTG, p. 363, 364
Lee Mateo 15:3 al 6, en el contexto de Éxodo 20:12; Deuteronomio 5:16; Mateo 19:19; y Efesios 6:2. ¿Qué dos acusaciones serias hizo Jesús contra los fariseos?
Cuando los fariseos encararon a Jesús respecto del lavamiento de las manos, esperaban que él respondiera a su acusación. Sin embargo, Jesús los confrontó con una pregunta que llegó al verdadero centro de la cuestión. Jesús quería que supieran que el problema no era el lavarse las manos o devolver el diezmo, sino el elevar las normas humanas por sobre las divinas. Los fariseos podían proveer una explicación lógica para su posición acerca del lavado de las manos. Sin duda, probablemente razonaron que canalizar recursos a la causa de Dios en vez de ayudar a los padres era una gran expresión de su amor a Dios.
Aunque los fariseos pudieron haber tenido motivos lógicos para sus actos, Dios no espera que los humanos amen a Dios poniendo sus propias condiciones. Era bueno que estuvieran preocupados por la disciplina y la vida santa, pero esa preocupación no debía eclipsar la voluntad de Dios. Los fariseos tendrían que haber recordado que las 613 reglas registradas en la ley de Moisés eran armoniosas y no contradictorias, y ninguna debía reemplazar a otra. No obstante, su insistencia en seguir la “tradición de los ancianos” invalidaba la Palabra de Dios (Mat. 15:6). Evidentemente, viéndose ellos como protectores de la Ley, debieron sentirse escandalizados por la aseveración de que, en realidad, la estaban violando, haciéndola “no válida” por las tradiciones que suponían que ayudaban a la gente a guardar la Ley.