“Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi Ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo”

Jeremías 31:33

LA FE Y LA LEY

martes 24 de junio, 2014

El tema dominante en las Escrituras es sencillo: Dios es amor. El amor de Dios se demuestra con mayor fuerza en su gracia. Con su poder ilimitado, él podría fácilmente haber barrido a la humanidad de la faz de la Tierra; pero, en cambio, eligió tener paciencia y dar a todos una oportunidad de experimentar la plenitud de la vida en su Reino eterno. Y más todavía: su amor se revela en el precio que él mismo pagó en la cruz.

El amor de Dios también está directamente relacionado con su justicia. Habiendo provisto incontables oportunidades para que los seres humanos eligiéramos nuestro propio destino, el Dios de amor no nos forzará a entrar en el Reino si lo rechazamos. Cuando los malvados estén delante del trono en el juicio, serán condenados por su propio testimonio. Ninguno de los que estén delante del trono podrá decir con verdad que no sabía de los requerimientos de Dios. Por medio de los escritos o la revelación natural, todos han estado expuestos a los principios básicos de la Ley de Dios (Rom. 1:19, 20; 2:12-16).

Lee 1 Corintios 6:9 al 11; y Apocalipsis 22:14 y 15. ¿Quién entra en el Reino, quién queda afuera, y por qué? ¿Qué función tiene la Ley de Dios aquí? Además, nota el agudo contraste entre los dos grupos.

Es fascinante que, si ponemos 1 Corintios 6:11 junto a Apocalipsis 22:14, tenemos cristianos fieles que son justificados en el nombre del Señor Jesucristo; es decir, “justificado por fe sin las obras de la Ley” (Rom. 3:28); no obstante, también guardan la Ley.

“No es un decreto arbitrario de parte de Dios el que excluye del cielo a los malvados: ellos mismos se han excluido por su propia ineptitud para aquella compañía. La gloria de Dios sería para ellos un fuego consumidor. Desearían ser destruidos para esconderse del rostro de aquel que murió para salvarlos”

CC, p. 16

¿De qué modo estas palabras nos ayudan a comprender el doloroso tema de la suerte de los perdidos?