“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16).
La obra del Espíritu Santo
Ya hemos visto el importante rol del Espíritu Santo en la vida del Cristo encarnado y en la inspiración de las Escrituras. Consideremos ahora lo que Jesús enseñó acerca de la obra del Espíritu para nuestra salvación.
¿Qué tarea indispensable realiza el Espíritu Santo a fin de prepararnos para aceptar al Salvador? Juan 16:8.
¿Quién toma una medicina si no reconoce que está enfermo? De la misma manera, no podemos ser salvos a menos que reconozcamos que somos pecadores. De forma suave pero constante, el Espíritu Santo nos convence de que hemos pecado, somos culpables y estamos bajo el juicio justo de Dios.
Entonces, el Espíritu nos guía a Cristo, testificando acerca de él (Juan 15:26), el único que puede salvarnos. Dado que Jesús es la verdad (Juan 14:6), al llevarnos a Jesús el Espíritu también nos lleva “a toda la verdad” (Juan 16:13). El Espíritu Santo es llamado justamente “el Espíritu de verdad” (Juan 14:17).
Una vez que hemos sido convencidos de pecado (lo que implica arrepentirnos de nuestros pecados) y guiados a Jesús y su verdad, estamos listos para que el Espíritu Santo realice su mayor obra en nosotros.
¿Por qué es tan crucial haber “nacido del Espíritu”? Juan 3:5-8.
Aquellos que han tratado de reformar sus vidas por sí mismos saben cuán inútiles son sus esfuerzos. Nos resulta imposible, sin la intervención divina, transformar nuestras vidas deterioradas y pecaminosas en un nuevo ser. La regeneración de un pecador requiere un poder creador tal que solo puede ser provisto por el Espíritu Santo. Somos salvados “por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tit. 3:5). Lo que hace el Espíritu no es una modificación o mejora de nuestra vida antigua, sino una transformación de la naturaleza, la creación de una nueva vida. Los resultados de tal milagro son claramente visibles y constituyen un argumento irrefutable en favor del evangelio.
Necesitamos la obra del Espíritu Santo no solo al comienzo de nuestra vida cristiana, sino constantemente. Para fomentar nuestro crecimiento espiritual, él nos enseña y recuerda todo lo que Jesús enseñó (Juan 14:26). Si se lo permitimos, habitará en nosotros para siempre como nuestro Ayudador, Consolador y Consejero (Juan 14:16).
Los malos hábitos son difíciles de cambiar. ¿Qué nos deberían decir nuestras debilidades y nuestra tendencia a pecar acerca de nuestra necesidad constante de someternos al Espíritu Santo?