“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”
Juan 17:20 y 21
LA IGLESIA
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Deuteronomio 32:4; Salmo 28:1; Mateo 5:23, 24; 7:1 al 5; 18:15 al 18; Juan 15:1 al 5; 17.
Las raíces de la Iglesia Cristiana pueden ser rastreadas hasta Adán, Abraham y los hijos de Israel. El Señor llamó a Abraham, y luego a los israelitas, para que entraran en una relación de pacto con él a fin de bendecir al mundo por medio de ellos. En el transcurso de la historia sagrada, esa relación de pacto fue continuada por la iglesia.
La iglesia no es un invento de los apóstoles ni de cualquier ser humano. Durante su ministerio, Cristo mismo anunció su intención de establecer a su iglesia: “Edificaré mi iglesia” (Mat. 16:18). La iglesia debe su existencia a Jesucristo. Él es su originador.
Según los evangelios, el término iglesia aparece en los labios de Jesús solamente tres veces (Mat. 16:18, 18:17). Esto no significa que él no haya hablado sobre el tema. De hecho, Jesús enseñó conceptos muy importantes en relación con la iglesia. Nuestro estudio, esta semana, se centrará en dos ideas fundamentales: el fundamento de la iglesia y su unidad.