“Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” Luc. 9:23

COMISIÓN DE LOS APOSTOLES

martes 21 abril, 2015

Lee Lucas 9:1 al 6 y Mateo 10:5 al 15. ¿Qué verdades espirituales podemos aprender del modo en que Jesús llamó a estos hombres?

Lucas describe la comisión asignada a los apóstoles como un proceso de tres pasos.

Primero, Jesús los llamó a reunirse (Luc. 9:1). La palabra llamar, o llamado, es vital para la misión y para el vocabulario cristiano. Más que un término teológico, debe ser una experiencia personal. Los apóstoles deben prestar atención a quien los llama, ir a él y estar “juntos”. Tanto la obediencia a quien llama como la entrega de todo a él son esenciales para experimentar la unidad que dará éxito a la misión.

Segundo, Jesús “les dio poder y autoridad” (Luc. 9:1). Jesús no envía a sus emisarios con las manos vacías, ni espera que lo representemos con nuestras fuerzas. Nuestra educación, cultura, posición, riqueza o inteligencia son impotentes para realizar su misión. Cristo es quien nos capacita, nos equipa y nos da poder. La palabra griega para “poder” es dúnamis, de la cual se derivan “dínamo”, una fuente de luz, y “dinamita”, fuente de energía que puede penetrar montañas. El poder que Jesús da es suficiente para aplastar al diablo. Jesús es nuestro poder. “Cuando la voluntad del hombre coopera con la voluntad de Dios, llega a ser omnipotente. Cualquier cosa que debe hacerse por orden suya puede llevarse a cabo con su fuerza. Todos sus mandatos son habilitaciones” (PVGM 268).

Tercero, Jesús “los envió a predicar el reino de Dios y a sanar a los enfermos” (Luc. 9:2). Predicar y sanar van juntos, y la misión de los discípulos es cuidar de la persona completa: cuerpo, mente y alma. El pecado y Satanás han capturado a la persona entera, y toda ella debe ser llevada a estar bajo el poder santificador de Jesús.

La vida del discípulo puede mantenerse solo cuando su vida está totalmente entregada a Cristo, sin nada que se interponga. Ni oro o plata, ni padre o madre, ni cónyuge o hijo, ni la vida ni la muerte, ni las contingencias de hoy ni las de mañana, se interpondrán entre el discípulo y Cristo. Solo importan Cristo, su Reino y el testimonio a un mundo perdido.

“No toméis nada para el camino” (Luc. 9:3). ¿Qué principio se expresa aquí que es importante que comprendamos y experimentemos por nosotros mismos?

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