“Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla lloró sobre ella” Luc. 19:41

LA ENTRADA TRIUNFAL

domingo 14 junio, 2015

Nació en Belén. Creció en Nazaret. Enseñó, predicó y sanó por toda Galilea, Samaria, Judea y Perea. Pero, una ciudad se mantuvo en su foco constante: Jerusalén. Jesús “afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Luc. 9:51). Su entrada en la ciudad marcó la semana más dramática y vital en la historia de la humanidad. Esa semana comenzó con la entrada regia de Cristo en la ciudad y culminó en la cruz, por la cual nosotros, que éramos enemigos, “fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Rom. 5:10).

Lee Lucas 19:28 al 40. Imagina el entusiasmo de los discípulos. Seguramente habrán pensado que en esa ocasión el Rey Jesús ascendería al trono terrenal en Jerusalén, el trono del rey David. ¿Qué lección importante acerca de las falsas expectativas podemos obtener de este informe?

Cuando nació Jesús, unos sabios de Oriente vinieron golpeando las puertas de Jerusalén, haciendo una pregunta aguda: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?” (Mat. 2:2). Y ahora, unos pocos días antes de la Cruz, mientras sus discípulos y las multitudes llenaban la ciudad, una aclamación irrumpió a través del cielo de Jerusalén: “¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor!” (Luc. 19:38).

Esta escena maravillosa cumplió la profecía: “Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna” (Zac. 9:9). No obstante, Jesús sabía que esta marcha histórica, que comenzó con los gritos de “Hosanna”, pronto terminaría en el Gólgota, donde pronunciaría esas pala- bras triunfantes: “Consumado es”.

Aunque todo estaba de acuerdo con el eterno plan de Dios, sus discípulos estaban tan empapados de las tradiciones, las enseñanzas y las expectativas de su propio tiempo y cultura que pasaron por alto completamente las advertencias previas de Jesús acerca de lo que sucedería y de lo que todo ello significaba. Cristo les habló, pero ellos no escucharon. O tal vez escucharon, pero lo que él decía iba tan en contra de lo que ellos esperaban que lo pasaron por alto. ¿Cómo podemos asegurarnos de que no estamos haciendo lo mismo en cuanto a la verdad bíblica?

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