“Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla lloró sobre ella” Luc. 19:41

LOS INFIELES

martes 16 de junio, 2015

La parábola de los labradores malvados (Luc. 20:9-19) nos da una lección de historia redentora. El centro de esa historia es Dios y su amor continuo por los pecadores descarriados. Aunque la parábola fue dirigida específicamente a los líderes judíos de su tiempo (“comprendieron que contra ellos había dicho esta parábola”, vers. 19), en su alcance no tiene límite de tiempo. Se aplica a cada generación, cada congregación y cada persona sobre quien el amor y la confianza de Dios han sido derramados, y de los cuales Dios espera un retorno fiel. Somos los arrendatarios de hoy, y podemos obtener de esta parábola algunas lecciones de historia como Dios la ve.

Lee Lucas 20:9 al 19. ¿De qué manera se aplican a nosotros los principios enseñados aquí si cometemos los mismos errores de los personajes de la parábola?

En lugar de dar a Dios los frutos de amor y fidelidad, los arrendatarios de la viña de Dios abandonaron y fallaron a Dios. Pero Dios, el dueño de la viña, envió siervo tras siervo (vers. 10-12), profeta tras profeta (Jer. 35:15), con amor persistente para atraer y ganar a su pueblo con el fin de que cumpliera su res- ponsabilidad como mayordomo. No obstante, cada profeta llegó a ser víctima del rechazo. “¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres?” (Hech. 7:52).

La historia divina es una larga historia de amor. La tragedia levanta su cabeza vez tras vez, pero la gloria finalmente triunfará. La resurrección sigue a la Cruz. La Piedra que fue rechazada es ahora la Cabeza de esquina de un gran templo que albergará a la comunidad de Dios, donde todos los redimidos, los ricos y los pobres, los judíos y los gentiles, los hombres y las mujeres, vivirán como un pueblo. Caminarán en la viña escatológica y gozarán de su fruto para siempre.

Hoy podemos no tener profetas para perseguir, pero somos igualmente capaces de rechazar a los mensajeros de Dios como lo hicieron las personas de la antigüedad. ¿De qué manera nos podemos asegurar de que nosotros, que hemos sido llamados para dar al Señor “el fruto de la viña”, no rechacemos a estos mensajeros y sus mensajes?