“Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla lloró sobre ella” Luc. 19:41

DIOS VERSUS CÉSAR

miércoles 17 de junio, 2015

Lee Lucas 20:20 al 26. ¿De qué forma tomamos lo que Jesús enseñó aquí y lo aplicamos a nuestra propia situación en el país en que vivimos?

Durante la época de Jesús, los impuestos romanos eran un problema explosivo. Alrededor del año 6 a.C., según Josefo, Judas el Galileo, un líder revolucionario, declaró que pagar impuestos al César era traición contra Dios. El tema, junto con varias otras pretensiones y aspiraciones mesiánicas, inició revueltas periódicas contra los romanos. Frente a este telón de fondo, la pregunta hecha a Jesús acerca de si era lícito pagar tributos a César revelaba el motivo oculto de los interrogadores: si respondía que era lícito, lo creían a Jesús del lado de Roma, mostrando que él no podía ser el Rey de los judíos, como lo había declarado la multitud en su entrada a Jerusalén; si decía que no, hubiera significado que Jesús estaba siguiendo el humor de los galileos y declararía que el gobierno romano era ilegal, con lo que podían acusarlo de traición. Ellos esperaban poner a Jesús en un aprieto del cual no pudiera escapar.

Sin embargo, Jesús vio su intención. Señalando la imagen de César en la moneda, pronunció su veredicto: “Pues dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Luc. 20:25). Vivir bajo el César, cuya moneda utilizaban para las necesidades diarias, tenía sus obligaciones hacia César. Pero hay otra obligación, aún mayor, que surge del hecho de que somos hechos a la imagen de Dios y que a él le debemos nuestra lealtad en última instancia.

“La respuesta de Cristo no era una evasiva, sino una cándida respuesta a la pregunta. [...] Declaró que, ya que estaban viviendo bajo la protección del poder romano, debían dar a ese poder el apoyo que exigía mientras no estuviese en conflicto con un deber superior. Pero, mientras se sujetasen pacíficamente a las leyes del país, debían en toda oportunidad tributar su primera fidelidad a Dios” DTG 554

¿De qué maneras podemos seguir siendo buenos ciudadanos en el país en que vivimos mientras, al mismo tiempo, sabemos que nuestra ciudadanía está en una ciudad “cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb. 11:10)?