“Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día” (Luc. 24:7).
HA RESUCITADO
Temprano el domingo, las mujeres fueron a la tumba para completar el ritual de la sepultura. A pesar del tiempo que habían pasado con Jesús, ellas no habían comprendido lo que sucedería. No esperaban una tumba vacía, o que los mensajeros celestiales les dijeran: “No está aquí, sino que ha resucitado” (Luc. 24:6).
En los primeros capítulos de Hechos, hay por lo menos ocho referencias a la resurrección de Jesús (Hech. 1:22; 2:14-36; 3:14, 15; 4:1, 2, 10, 12, 33; 5:30-32). ¿Por qué la resurrección de Jesús fue tan esencial en la predicación apostólica y en la fe de la iglesia primitiva? ¿Por qué es tan crucial también para nosotros hoy?
Las mujeres fueron testigos presenciales de la resurrección de Jesús. Corrieron para compartir esta buena noticia con otros, pero ninguno les creyó (Luc. 24:11). Los apóstoles, en cambio, desecharon la mayor noticia en la historia de la redención como “locura” de mujeres agotadas y doloridas (vers. 10, 11). ¡Cuán pronto habrían de descubrir cuán equivocados estaban!
La resurrección de Cristo es fundacional en el acto redentor de Dios, y para la totalidad de la fe y la existencia cristianas. Pablo deja esto muy claro: “Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe” (1 Cor. 15:14). Es vana o vacía, porque solo en la resurrección de Cristo encontramos esperanza para la nuestra. Sin esa esperanza, nuestra vida aquí terminaría para siempre. La vida de Cristo no terminó en una tumba, y la gran promesa es que la nuestra tampoco terminará así.
“Si Cristo no ha resucitado de entre los muertos, esa larga serie de eventos redentores para salvar a su pueblo acaba en un callejón sin salida, en un sepulcro. Si la resurrección de Cristo no es una realidad, entonces no tenemos seguridad de que Dios sea un Dios vivo, porque la muerte ha tenido la última palabra. La fe es vana porque su objeto no se ha vindicado como el Señor de la vida. La fe cristiana queda entonces prisionera en el sepulcro, junto con la última y más elevada autorrevelación de Dios en Cristo, si Cristo en realidad está muerto”.George E. Ladd, Teología del Nuevo Testamento, p. 443