“Porque si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos; mas tú y la casa de tu padre pereceréis. ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?” (Est. 4:14).

MARDOQUEO Y AMÁN

miércoles 05 agosto, 2015

Según Ester 5 al 8, ¿cómo pudo ella salvar a su pueblo?

Los informes de los dos banquetes de Ester llevan la historia a su punto crítico. Registran la inversión del plan de exterminio étnico propuesto y, de paso, también exponen la diferencia entre el honor verdadero y el honor propio, y registra el castigo del villano. Esta intriga en la corte tuvo consecuencias de largo alcance. Nos da una vislumbre de la operación de un monarca absoluto y su corte, detrás del escenario. Ester y Mardoqueo usaron sus cargos, su conocimiento de la cultura en la que vivían y su fe en las promesas del pacto de Dios a su pueblo para lograr la liberación de este.

Entretanto, a pesar de su tranquila vida de servicio, Mardoqueo permitió que se conociera su fe, aunque fuese solo por rehusar inclinarse delante de Amán. Quienes lo rodeaban notaron esto y le advirtieron, pero él rehusó comprometer su fe (Est. 3:3-5); y esto, seguramente, fue un testimonio para otros.

Lee Ester 6:1 al 3. ¿Qué nos dice acerca de Mardoqueo? ¿Qué lecciones podemos obtener acerca del modo en que el pueblo de Dios actúa o testifica en países extranjeros?

Mardoqueo, obviamente, seguía a Dios; no obstante, también mostraba su lealtad y sumisión a la nación soberana en la que vivía. Aunque rehusaba inclinarse delante de un hombre, era un buen ciudadano, puesto que expuso un complot contra el Rey. Si bien no podemos leer demasiado en el hecho de que, en su momento, no recibió honores por este acto, es muy posible que lo haya hecho y, luego, haya seguido su camino, sin esperar ninguna recompensa. No obstante, con el tiempo, como muestra la historia, su buena obra fue más que recompensada. Su ejemplo aquí se expresa mejor con estas palabras: “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mat. 22:21).

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