FELIPE EL EVANGELISTA
“No mirando las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las cosas que no se ven son eternas” (2 Cor. 4:18). Piensa en lo que Pablo dice aquí mientras estudias acerca de Felipe el evangelista, alguien de quien sabemos poco. Aunque hizo una buena obra, son escasas las referencias que hay de él en la Biblia. ¿Quiénes son algunas personas que conoces que hicieron grandes cosas para Dios pero recibieron poco reconocimiento? ¿Por qué es importante recordar las palabras de Pablo, especialmente si hacemos una obra que no produce mucha aclamación? Ver también 1 Cor. 4:13.
Felipe era un nombre griego popular, que significa “amante de los caballos”. En el Nuevo Testamento hay cuatro personas llamadas con ese nombre. Dos tenían el nombre adicional de “Herodes” y eran parte de la familia herodiana gobernante, que ejercía un gobierno áspero sobre Israel en los tiempos del Nuevo Testamento. Los otros Felipe tuvieron roles destacados en la misión.
El primero, Felipe de Betsaida, era un discípulo quien llevó a Natanael a Jesús (Juan 1:43-46). Más tarde, llevó a los griegos a Jesús (Juan 12:20, 21).
El segundo Felipe, apodado “el evangelista” en Hechos 21:8 para distinguirlo de Felipe el discípulo, aparece primero en la iglesia de Jerusalén como uno de los que “servían a las mesas” (Hech. 6:2-5), que se convirtió en evangelista y misionero (Hech. 8:12). Su servicio misional se extendió por más de veinte años y fue suplementado por sus cuatro hijas, que profetizaban (Hech. 21:8). Sabemos poco más de sus circunstancias y antecedentes.
“Fue Felipe quien predicó el evangelio a los samaritanos; fue Felipe quien bautizó al eunuco etíope. Por un tiempo, la historia de estos dos hombres [Felipe y Pablo] estuvo estrechamente entretejida. La violenta persecución de Saulo el fariseo esparció la iglesia de Jerusalén, y destruyó la efectiva organización de los siete diáconos. La huida de Jerusalén llevó a Felipe a cambiar su manera de trabajar, y siguió la misma vocación a la que Pablo había dedicado su vida. Preciosas fueron las horas que Pablo y Felipe pasaron juntos, recordando los días en que la luz había brillado en el rostro de Esteban mientras sufría el martirio, y que hizo que Saulo el perseguidor fuera, como un suplicante indefenso, a los pies de Jesús” (SLP 204).