“Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones” (Jer. 1:5).

Conclusión

viernes 2 de octubre, 2015

PARA ESTUDIAR Y MEDITAR: Martín Lutero escribió acerca del profeta en la introducción a su comentario sobre el libro de Jeremías: “Jeremías fue un profeta triste, que vivió en un período deplorable y difícil; y lo que es más, su servicio profético fue sumamente difícil ya que estaba luchando y batallando con un pueblo testarudo y de mal talante. Aparentemente no alcanzó mucho éxito, porque experimentó cómo sus enemigos llegaban a ser más y más malvados. Trataron varias veces de matar al profeta. Fueron duros con él, lo azotaron varias veces. No obstante, él viviría para ver con sus ojos cómo su país fue devastado y su pueblo llevado al exilio”.

“Durante cuarenta años iba a destacarse Jeremías delante de la nación como testigo por la verdad y la justicia. En un tiempo de apostasía sin igual, iba a representar en su vida y su carácter el culto del único Dios verdadero. Durante los terribles sitios que iba a sufrir Jerusalén, sería el portavoz de Jehová. Había de predecir la caída de la casa de David, y la destrucción del hermoso templo construido por Salomón. Y, cuando fue encarcelado por sus intrépidas declaraciones, seguiría hablando claramente contra el pecado de los encumbrados. Despreciado, odiado, rechazado por los hombres, iba a presenciar finalmente el cumplimiento literal de sus propias profecías de ruina inminente, y compartir el pesar y la desgracia que seguirían a la destrucción de la ciudad condenada” (PR 299, 300).

PREGUNTAS PARA DIALOGAR:

Una de las cosas más tristes, y tal vez algo que nos haga pensar hoy como adventistas, es el hecho de que Dios había advertido a Jeremías que afrontaría gran oposición de su propio pueblo. Lee Jeremías 1:17 al 19 otra vez. ¿Quiénes pelearían contra él? ¿Qué terribles lecciones deberíamos aprender? Es decir, ¿cuál es nuestra actitud hacia la palabra profética, especialmente cuando oímos cosas que no nos gustan? ¿De qué modo la cita de Elena de White, copiada arriba, nos ayuda a expresar la terrible verdad de que los mismos que deberían haber estado revelando al verdadero Dios ante el mundo eran quienes, al atacar y ridiculizar a su portavoz, peleaban contra Dios? (Ver también Ecl. 1:9.)