“MALDITO EL DÍA EN QUE NACÍ”
Incluso el crítico más duro de la Biblia tendría que conceder un punto importante: la Biblia no pasa por alto las debilidades y las flaquezas humanas. Con la excepción del inmaculado Hijo de Dios, quien nunca pecó, pocos personajes bíblicos incluidos en la Biblia son presentados sin que se expongan sus flaquezas y debilidades. Esto vale aun para los profetas. El Dios a quien estos profetas sirvieron es perfecto; pero los profetas que lo sirvieron, no. Ellos, al igual que nosotros, eran pecadores con la necesidad de que la justicia de Cristo les fuera acreditada por fe (ver Rom. 3:22). Desde Noé hasta Pedro, y todos los demás, todos somos criaturas dañadas por el pecado, cuya única esperanza es,como dice E. G. de White, ir a Dios y decirle:
“No hay en mí mérito o bondad por la cual pueda reclamar la salvación, pero presento delante de Dios la sangre totalmente expiatoria del inmaculado Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es mi único ruego. El nombre de Jesús me da acceso al Padre. Su oído, su corazón, están abiertos a mi súplica más débil, y él suple mis necesidades más profundas” (FO, p. 110)
Lee Jeremías 20:14 al 18. ¿Qué nos dice aquí acerca del estado mental del profeta con respecto a su propia situación personal?
Sus palabras aquí nos recuerdan las de Job, cuya situación era mucho peor que la de Jeremías (ver Job 3). Aunque Jeremías tenía la seguridad de que él hacía la voluntad de Dios y de que Dios estaba con él, el dolor de su situación presente lo consumía. Cualquiera que haya sido su comprensión intelectual de la verdad, por el momento estaba ensombrecida por sus propios dolores.
Muchas personas pueden encontrarse, a veces, en una situación similar: conocen intelectualmente las promesas de Dios, pero están tan abrumados por la tristeza y el dolor que estas promesas quedan en segundo plano, y solo pueden concentrarse en su sufrimiento inmediato. Esta es una reacción explicable; no es que sea correcta, pero es comprensible. Lo que vemos aquí otra vez es la humanidad de Jeremías, que es similar a la humanidad de todos nosotros.
¿Has sentido alguna vez lo que sintió Jeremías? Si es así, ¿qué aprendiste de esa experiencia que te puede ayudar la próxima vez que sientas lo mismo?