LA CAÍDA - II
Cuando Dios decidió crear a Adán y a Eva, declaró que serían hechos a la imagen de Dios y conforme a su semejanza (Gén. 1:26). La carnada del “anzuelo” del tentador fue que, si comían del fruto prohibido, llegarían a ser “como Dios”. La realidad es que ya eran como Dios. Habían sido creados a su imagen, pero el factor triste es que, en el calor de la tentación, perdieron de vista esta verdad sagrada.
Adicionalmente, Dios era el proveedor original de sus alimentos, pero parte de la rebelión implicó que Adán y Eva eligieran comer algo fuera de los límites establecidos por Dios. Era como si invitaras a alguien a tu casa y, en lugar de comer de tu mesa, la persona fuera al refrigerador y tomara lo que le apeteciera. No solo sería un insulto para los dueños de casa, sino también mostraría que no valora la relación contigo.
Lee Génesis 3:4 al 7. El tentador había asegurado a Eva que, al comer del fruto, sus ojos serían abiertos. ¿Qué vieron cuando sus ojos se abrieron, y qué simbolizaba esa nueva vista?
Eva quedó abrumada por sus sentidos (Gén. 3:6). El árbol era hermoso, y ella hincó sus dientes en la fruta, imaginándose que entraba en un nuevo nivel de existencia. Cuando compartió su experiencia con Adán, sus ojos sí fueron abiertos (vers. 7), pero se avergonzaron por lo que veían.
Uno de los problemas principales fue rechazar a Dios como el Proveedor de toda cosa buena y elegir, en cambio, soluciones hechas por el hombre para las necesidades humanas (en este caso, el deseo de comer). Dios les había asegurado a Adán y a Eva que tendrían alimento y les había provisto el menú. Comer del árbol prohibido era salirse de esa provisión y mostrar una falta de fe que no correspondía, especialmente dadas las circunstancias peculiares.
¿Qué clase de “fruto prohibido” (que a menudo aparece tan tentador, tan agradable y tan lleno de promesas) está disponible para nosotros hoy? ¿De qué manera podemos aprender a no cometer la misma clase de error cuando se nos presenta un engaño tan poderoso?