ABRAHAM
Aunque Abraham (antes, Abram) es conocido por su fidelidad, sus experiencias tratan más sobre la delidad de Dios hacia él.
Dos veces Dios le aseguró a Abraham que tendría un hijo. Primero se lo dijo cuando tenía unos 75 años (Gén. 12:2, 4), y se lo repitió unos diez años más tarde (Gén. 13:16).
Finalmente, después de muchos tropiezos de Abraham, nació el hijo de la promesa –el hijo del pacto–, y se reveló la fidelidad de Dios a su siervo a veces vacilante (ver Gén. 17:19, 21; 21:3-5).
Lee Génesis 22:1 al 19. ¿Qué esperanza se revela aquí con respecto al Gran Conflicto?
“Fue para grabar en la mente de Abraham la realidad del evangelio, así como para probar su fe, por lo que Dios le mandó sacrificar a su hijo. La agonía que sufrió durante los aciagos días de aquella terrible prueba fue permitida para que comprendiera por su propia experiencia algo de la grandeza del sacrificio hecho por el Dios infinito en favor de la redención del hombre. Ninguna otra prueba podría haber causado a Abraham tanta angustia como la que le causó el ofrecer a su hijo.
“Dios dio a su Hijo para que muriera en la agonía y la vergüenza. A los ángeles que presenciaron la humillación y la angustia del Hijo de Dios, no se les permitió intervenir como en el caso de Isaac. No hubo voz que clamara: ‘¡Basta!’ El Rey de la gloria dio su vida para salvar a la raza caída. ¿Qué mayor prueba se puede dar del infinito amor y de la compasión de Dios? [Se cita Rom. 8:32].
“El sacrificio exigido a Abraham no fue solo para su propio bien ni tampoco exclusivamente para el beneficio de las futuras generaciones; sino también para instruir a los seres sin pecado del cielo y de otros mundos. El campo de batalla entre Cristo y Satanás, el terreno en el cual se desarrolla el plan de la redención, es el libro de texto del universo. Por haber demostrado Abraham falta de fe en las promesas de Dios, Satanás lo había acusado ante los ángeles y ante Dios de no ser digno de sus bendiciones. Dios deseaba probar la lealtad de su siervo ante todo el cielo, para demostrar que no se puede aceptar algo inferior a la obediencia perfecta y para revelar más plenamente el plan de la salvación” (PP 150, 151).