“Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Luc. 19:10).

OTRA TENTACIÓN

miércoles 03 febrero, 2016

La primera tentación es paralela al Éxodo, pero tiene sus raíces en la Caída. Al poner la prioridad en la fidelidad a Dios en lugar de ceder al apetito, Jesús recuperó el terreno que Adán perdió en el Edén. Sin embargo, para cubrir completamente la brecha que existía entre la raza humana y Dios desde el tiempo de Adán, Jesús tenía que estar sujeto a otras dos tentaciones.

De acuerdo con Mateo, en la segunda tentación Satanás llevó a Jesús a la parte más alta del Templo, tal vez la esquina sudeste que daba hacia un empinado barranco. De nuevo vino la desafiante declaración: “Si eres Hijo de Dios”, lo que demostraba que el tentador no era amigo de Jesús.

¿A qué estaba apelando Satanás aquí? ¿Qué habría demostrado Jesús si hubiese saltado? (Mat. 4:5-7).

Jesús no estaba interesado en teatro barato. Su confianza en Dios era genuina, no algo fabricado para impresionar a otros. La completa confianza de Jesús en su Padre se había manifestado al dejar el cielo y hacerse un ser humano, sufriendo la indignidad, las representaciones equivocadas, la humillación pública y la injusticia de su muerte (ver Fil. 2:5-8). Este era su destino, y él estaba plenamente preparado para cumplirlo. Su misión era recuperar el mundo que Adán y sus descendientes habían perdido. En Jesús, todas las promesas del Pacto habían de cumplirse, y el mundo tendría una oportunidad de salvación.

Jesús respondió con un “Escrito está”, citando otra vez Deuteronomio, y vinculando su experiencia con el Éxodo: “No tentaréis a Jehová vuestro Dios, como lo tentasteis en Masah” (Deut. 6:16). Masa era el lugar donde los israelitas se quejaron amargamente acerca de la falta de agua, y Moisés golpeó la roca para proveerla. Al evaluar esta experiencia, Moisés declaró que el pueblo había “tentado a Jehová, diciendo: ¿Está, pues, Jehová entre nosotros, o no?” (Éxo. 17:7). Por supuesto, Jesús sabía de qué se trataba esto, y no cayó en la trampa aun cuando esta vez el diablo le devolvió la frase “Escrito está” (Mat. 4:4, 6).

No siempre es fácil ver el límite entre la confianza que tenemos en Dios al pedir un milagro, y el ser presuntuosos con respecto a lo que esperamos de Dios cuando oramos. ¿Has aprendido a diferenciar lo uno de lo otro? ¿De qué modo? Trae tu respuesta a la clase el sábado.

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