“Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras? (Luc. 24:32).

ENCUENTRO DIVINO CON LA PALABRA

jueves 18 de febrero, 2016

Era el tercer día desde la muerte de Jesús. Sus seguidores estaban mudos, conmocionados. Ellos habían pensado que Jesús aplastaría a los romanos; pero, en cambio, parecía que los romanos lo habían aplastado a él.

Muchos discípulos se reunieron con los apóstoles después de la crucifixión. Varias mujeres visitaron la tumba el domingo de mañana temprano. Lucas nombra a tres de ellas, pero también había otras que habían venido con Jesús, de Galilea (Luc. 23:55; 24:1, 10). Regresaron de la tumba vacía para contar, a “los once y a todos los demás”, acerca de dos hombres de ropas brillantes que habían visto allí (vers. 9).

Lucas registra que, ese domingo de tarde, dos de los seguidores de Jesús regresaban caminando de Jerusalén a su hogar en Emaús, un recorrido de dos o tres horas (Luc. 24:13). Es probable que estuvieran tan concentrados en su discusión de lo que había sucedido el fin de semana que no notaron que un extraño caminaba cerca de ellos. Tal vez nunca lo habrían notado si él no hubiera intervenido en su conversación, preguntando por qué estaban tan tristes (Luc. 24:17).

Esta pregunta realmente encendió a Cleofas. Se preguntaba cómo este hombre podía ignorar todo lo que había ocurrido. “¿Qué cosas?” preguntó el extraño (Luc. 24:19).

Lee Lucas 24:19 al 35. ¿Qué dijeron estas personas que revelaba su falta de comprensión, y cómo les explicó Jesús la verdad?

Nota el modo en que Jesús enfatizó las Escrituras. Así como recurrió a las Escrituras en su batalla con Satanás en el desierto, usó las Escrituras para despejar la oscuridad en la que estaban estas dos personas. Recién después de haberlos afianzado en las enseñanzas bíblicas acerca de él y su misión, Jesús les brindó dos experiencias poderosas que los ayudarían a afirmar esas enseñanzas: primero, se reveló a ellos, mostrándoles que realmente había resucitado de los muertos; segundo, “desapareció de su vista” (vers. 31). Entre el estudio bíblico sobre la muerte expiatoria de Jesús y esas dos vivencias únicas, estos discípulos tenían un buen fundamento para su fe.

Aquí, y en todos los evangelios, vemos a Jesús manteniendo la Biblia en el centro. ¿De qué modo podemos protegernos de cualquier pensamiento que nos haga poner en duda la autoridad de las Escrituras?