“Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mat. 7:28, 29).
LOS PRINCIPIOS DEL REINO
Tal vez la enseñanza más radical de Jesús se encuentre en Mateo 5:48. Lee el texto. ¿De qué modo se espera que nosotros, especialmente como pecadores, logremos esto?
De todas las enseñanzas del Sermón del Monte, esta ha de ser una de las más asombrosas, la más “extrema”. ¿Ser perfectos como “vuestro Padre que está en los cielos”? ¿Qué significa esto?
Un componente vital para comprender este texto se encuentra en la segunda palabra: “pues”. Es decir, implica una conclusión, una inferencia de lo que había antes. ¿Qué había antes?
Lee Mateo 5:43 al 47. ¿De qué modo estos versículos, que culminan con Mateo 5:48, nos ayudan a entender mejor lo que Jesús quiso decir en este último versículo? Ver también Luc. 6:36.
No es la primera vez que una idea como esta se ve en la Biblia. Ya en Levítico el Señor le dijo a su pueblo: “Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios” (19:2). En Lucas 6:36, Jesús dijo: “Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso”.
Todo el contexto aquí, en Mateo 5:43 al 48, no tiene que ver con una conformidad externa a reglas y normas, por importantes que estas que sean. En cambio, todo el foco de esta sección trata de amar a otros, no solo a quienes cualquiera podría amar, sino a aquellos que, según las normas humanas, normalmente no amaríamos (otra vez, esto tiene que ver con las normas del Reino de Dios, no con las del hombre).
Lo importante para recordar aquí es que Dios no nos pide nada que él no pueda lograr en nosotros. Si dependiera de nosotros, si estuviésemos dominados por nuestro corazón egoísta y pecaminoso, ¿quién amaría a nuestros enemigos? Esta no es la forma en que opera el mundo, pero ahora nosotros somos ciudadanos de otro reino. Tenemos la promesa de que, si nos entregamos a Dios, “el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6). Y ¿qué obra mayor podría hacer Dios en nosotros que amar, en nuestra propia esfera, como él nos ama?
¿Cuán diferente sería tu vida, ahora mismo, si amaras a tus enemigos?