“Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos” (Mat. 14:14).

OTRA CLASE DE CONSOLADOR

jueves 18 de agosto, 2016

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Cor. 1:3, 4). ¿Qué nos dice Pablo aquí acerca de la manera en que nuestro sufrimiento puede ayudarnos a ser más efectivos en mostrar simpatía y consuelo a quienes nos rodean? ¿En qué sentido has experimentado la realidad de estas palabras en tu propia vida?

La palabra “consuelo” viene del latín con (junto, con) y solari (solaz, desahogo). Así como Cristo nos da solaz y desahogo en nuestros sufrimientos, podemos pasarlo a otros. Por haber sufrido nuestras tristezas, podemos ministrar mejor a otros en las de ellos.

Las iglesias generalmente tienen miembros que sufren y miembros que consuelan. Esta combinación puede transformar a tu iglesia en una “ciudad de refugio” (ver Núm. 35), así como en un río de sanidad (ver Eze. 47:1-12) que fluye hacia la comunidad.

Mostrar simpatía y consuelo es un arte. Aquí hay algunas sugerencias.

  • Sé auténtico. Escucha más de lo que hablas. Asegúrate de que tu lenguaje corporal refuerce tu intento de simpatizar y consolar.
  • Muestra simpatía según tu personalidad. Algunas personas dan simpatía llorando quedamente con la persona angustiada. Otras no lloran, pero muestran simpatía al hacer algo que da consuelo a los afligidos.
  • Estar presente es, a menudo, más importante que hablar o hacer.
  • Permite que la gente exprese su dolor a su manera.
  • Conoce las etapas del proceso de duelo por el que mucha gente pasa.
  • Ten cuidado al decir: “Sé lo que sientes”. Es posible que no lo sepas.
  • Hay lugar para buscar consejo profesional.
  • No digas “Oraré por ti” a menos que realmente decidas hacerlo. Cuando sea posible, ora con los sufrientes, acompáñalos sin prisa y comparte con ellos promesas bíblicas animadoras.
  • Organiza grupos de apoyo (si es posible) en tu iglesia o en tu comunidad.