JESÚS LLORÓ
“Jesús lloró” (Juan 11:35). ¿Qué nos dice esta frase, no solo sobre la humanidad de Jesús, sino también sobre el modo en que se identificó con el sufrimiento de otros? Ver también Rom. 12:15.
En Juan 11:35, Jesús mostró simpatía, empatía y compasión desde muy adentro. Aun cuando estaba por resucitar a Lázaro de los muertos, el dolor de una familia muy cercana a él lo afectó física y emocionalmente.
Sin embargo, Jesús lloraba no solo por la muerte de un amigo querido. Miraba un cuadro mucho más grande, el del sufrimiento de toda la humanidad por causa del pecado.
“Descansaba sobre él el peso de la tristeza de los siglos. Vio los terribles efectos de la transgresión de la Ley de Dios. Vio que, en la historia del mundo, empezando con la muerte de Abel, había existido sin cesar el conflicto entre lo bueno y lo malo. Mirando a través de los años venideros, vio los sufrimientos y el pesar, las lágrimas y la muerte que habían de ser la suerte de los hombres. Su corazón fue traspasado por el dolor de la familia humana de todos los siglos y de todos los países. Los ayes de la raza pecaminosa pesaban sobre su alma, y la fuente de sus lágrimas estalló mientras anhelaba aliviar toda su angustia” (DTG 491).
Piensa en esto: Jesús, como ninguno de nosotros puede hacerlo, vio “el dolor de la familia humana de todos los siglos y de todos los países”.
Nosotros apenas podemos soportar el pensamiento del dolor de quienes conocemos o que son cercanos. Añadamos a eso el dolor de otros, sobre el que aprendemos en las noticias. No obstante, aquí tenemos al Señor, que conoce todas las cosas, llorando por el dolor de la humanidad. Solo Dios conoce la extensión de la tristeza y el dolor humanos. Cuán agradecidos debemos estar por tener apenas vislumbres de ese dolor, y aun eso nos parece demasiado. Imagina lo que habrá sentido el corazón de Jesús en ese momento.
El general William Booth, fundador del Ejército de Salvación, dijo: “Si no puedes llorar sobre una ciudad, no te podemos usar”.−Roger S. Greenway y Timothy M. Monsma, Cities: Missions’ New Frontier, p. 246. ¿Qué nos deben decir estas palabras?