BUSCAD, Y HALLARÉIS
Lee Apocalipsis 3:20; Mateo 7:7 y 8; y Juan 1:12. ¿De qué maneras se relacionan estos tres pasajes, y qué nos dicen acerca de lo que significa buscar y encontrar al Señor?
Estos textos muestran que la gente tiene que pedir, buscar y estar abierta para recibir a Jesús. En Apocalipsis 3:20, se describe a Jesús ante la puerta, y llamando para que la persona abra la puerta y lo deje entrar.
Estas ideas no son contradictorias. Por medio del poder el Espíritu Santo, el Señor actúa en los corazones de la gente, atrayéndola hacia sí, aun si las personas no se dan cuenta de esto. A menudo, están buscando algo que la vida no les ofrece. Qué privilegio es estar allí para señalarles la dirección correcta, y ayudarlas a comprender mejor qué es lo que realmente están buscando.
El hecho es que, por tu intermedio, Jesús puede llamar a la “puerta” de las vidas de personas en tu comunidad, y cualquiera que voluntariamente “abre la puerta” y lo recibe recibirá las bendiciones que vienen junto con él (Apoc. 3:20; Juan 1:12). Además, él invita a sus seguidores a pedir, buscar y llamar a Su puerta, y recibir las “buenas cosas” de su Reino (Mat. 7:7, 8, 11).
Cuando el Espíritu Santo te impresiona con la percepción de que alguien está listo, pregúntale a la persona: “¿Quisiera orar conmigo para recibir a Jesucristo y llegar a ser miembro de su familia?” La siguiente es una oración modelo que puedes presentar:“Querido Señor Jesús: yo sé que soy un pecador, y que necesito tu perdón. Creo que moriste por mis pecados. Quiero apartarme de ellos. Ahora te invito a entrar en mi corazón y en mi vida. Quiero con ar en ti como mi Señor y Salvador, y seguirte. En el nombre de Jesús, Amén”.
Necesitamos discernimiento espiritual para saber cuándo es el momento oportuno para hacer un llamado. Aunque siempre está el peligro de ser demasiado agresivo, siempre está el peligro, tal vez peor, de no ser lo suficientemente agresivo. A veces las personas necesitan un impulso firme y amante para hacer su decisión por el Señor. ¿Quién sabe quién está vacilando, entre dos elecciones: la vida eterna en Cristo o la pérdida eterna?
Tenemos, realmente, una responsabilidad sagrada.