“Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá” (Gál. 3:11).
EL PACTO Y EL SACRIFICIO
“Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Ped. 1:18, 19).
¿Qué tiene en mente Pedro aquí cuando dice que fuimos rescatados?
Cuando Pedro habla de la muerte expiatoria de Cristo en la Cruz, la idea de “rescate” o precio a la que se refiere trae a la memoria la antigua práctica de que un esclavo era liberado de la esclavitud después de que, generalmente un pariente, pagaran un precio. En contraste, Cristo nos rescató de la esclavitud del pecado y su fruto final, que es la muerte, pero lo hizo con su “sangre preciosa”, su muerte sustitutoria y voluntaria en el Calvario. Una vez más, este es el fundamento de todos los Pactos: sin él, el Pacto se vuelve nulo y sin efecto, porque Dios no podría haber cumplido legítimamente su parte del trato, que es el don de la vida eterna otorgado para todos los que creen.
Busca los siguientes versículos: Romanos 6:23; 1 Juan 5:11, 13. ¿Qué mensaje comparten entre sí?
Tenemos esta promesa de la vida eterna solo porque Jesús pudo reparar esa brecha que inicialmente causó que perdiéramos esa vida eterna. ¿Cómo? Porque solo la justicia y el valor infinitos del Creador mismo podrían cancelar la deuda que teníamos con la Ley incumplida; así de grande era la brecha causada por el pecado. A fin de cuentas, ¿qué se podría decir de la seriedad de la eterna Ley moral de Dios si algún ser finito, temporal y creado pudiera pagar la pena por violarla? Solo alguien que es igual a Dios mismo, en quien existía la vida eterna original que no deriva de otra, podría haber pagado el rescate requerido para liberarnos de la deuda contraída con la Ley. Así es como se cumplen todas las promesas del Pacto; así es como tenemos la promesa de la vida eterna, incluso ahora; así es como hemos sido rescatados del pecado y de la muerte.
Imagina que el hijo de alguien, en un museo de arte, arrojara un globo lleno de tinta sobre un cuadro de Rembrandt y lo arruinara por completo. La pintura vale millones; los padres, por más que vendan todo lo que tienen, no podrían ni siquiera empezar a pagar la deuda. Esta ilustración ¿en qué medida nos ayuda a comprender cuán grave es el abismo que ha causado el pecado, cuán impotentes somos para solucionarlo y por qué solo el Señor pudo pagar la deuda?