“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mat. 11:28).
“SOY MANSO Y HUMILDE DE CORAZÓN”
La mansedumbre es una cualidad menospreciada en la actualidad. La humildad es motivo de burlas. Las redes sociales nos han enseñado a prestar atención a lo estridente, lo ruidoso, lo misterioso y salvaje, y lo extravagante.
“El conocimiento de la verdad no depende tanto de la fortaleza intelectual como de la pureza de propósito, la sencillez de una fe ferviente y dependiente. Los ángeles de Dios se acercan a quienes con humildad de corazón buscan la dirección divina. Se les da el Espíritu Santo para abrirles los ricos tesoros de la verdad” (PVGM 39).
Lee Mateo 5:5; 1 Pedro 3:4; e Isaías 57:15. ¿Cómo definirías la mansedumbre y la humildad sobre la base de estos versículos?
Pablo alude a “la mansedumbre y ternura de Cristo” en 2 Corintios 10:1. La mansedumbre y la humildad no son descripciones de una presa fácil, de gente que no puede mantenerse firme en su postura. El mismo Jesús no buscaba la confrontación, y con frecuencia la evitó porque su misión aún no se había cumplido (Juan 4:1-3). Sin embargo, cuando lo confrontaron, respondió con valentía, pero al mismo tiempo se expresó con amabilidad. Al lamentarse sobre Jerusalén justo antes de la Cruz, por ejemplo, no profirió maldiciones, sino imágenes verbales de un futuro devastador bañadas en lágrimas (Luc. 19:41–44).
El Nuevo Testamento a menudo describe a Jesús como el segundo Moisés. Él habla desde un monte al exponer los principios de su Reino (Mat. 5:1). Provee comida milagrosa a grandes multitudes (14:13-21). Números 12:3 describe a Moisés como “manso”, lo cual se repite en Mateo 11:29. Los testigos de la alimentación de los cinco mil exclaman maravillados: “Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo” (Juan 6:14).
La humildad y la mansedumbre de Jesús superan claramente a las de Moisés. En definitiva, él es nuestro divino Salvador. Aunque Moisés se ofreció a entregarse para salvar a su pueblo (Éxo. 32:32), su muerte no habría logrado nada, porque Moisés era pecador y él mismo necesitaba un Salvador, alguien que cargara con sus pecados y que pagara por ellos. Si bien podemos aprender de Moisés y la historia de su vida, no podemos hallar salvación en él. Antes bien, necesitamos un Salvador que pueda ocupar nuestro lugar, no solo como Intercesor sino además como nuestro Sustituto. La intercesión es importante, pero solo el Dios que pende de la Cruz con la carga de nuestro pecado, aquel que pagó en sí mismo el castigo de nuestro pecado, es quien puede salvarnos de las consecuencias legales que nuestros pecados nos causarían merecidamente. Por eso, por más grande que fuera el ejemplo que Jesús nos haya dejado, todo sería en vano sin la Cruz y la Resurrección.