“Antes bien, como está escrito: cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Cor. 2:9).
UNA VISIÓN DEL FIN
El último discípulo vivo que anduvo con Jesús estaba sentado en una rocosa isla-prisión, lejos de todos sus allegados y seres queridos. ¿Qué debió de haber cruzado por la mente de Juan cuando se encontró varado en esta isla desolada? ¿Cómo fue que terminó allí de esa manera? Al fin y al cabo, él vio irse a Jesús, y a los dos ángeles allí parados diciendo: “Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hech. 1:11).
Sin embargo, eso había sido muchísimos años atrás, y Jesús aún no había regresado. Por su parte, los otros apóstoles presentes ese día ya habían fallecido, la mayoría de ellos martirizados por dar testimonio de Jesús. La joven iglesia había pasado por un cambio generacional, y ahora enfrentaba una horrible persecución externa y extraños movimientos heréticos desde adentro. Juan se habrá sentido solo, cansado y sin descanso. Y entonces, de repente recibió una visión.
¿Cuánto consuelo crees que recibió Juan con esta visión? Lee Apocalipsis 1:9 al 19.
Jesús había dicho a sus seguidores: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20); palabras que, sin duda, habrán animado a Juan al afrontar su solitario exilio. Seguramente, esta visión, esta “revelación” de Jesús, debió haber sido un gran consuelo para él, al saber que Jesús, “el Alfa y la Omega, el primero y el último”, se estaba manifestando ahora de una manera especial al apóstol exiliado.
Lo que sucede a partir de estos versículos son visiones sobre el futuro de este mundo. Se presentó ante él una impresionante vista panorámica de la historia, básicamente, lo que para nosotros es la historia de la iglesia cristiana, pero para él era el futuro. Y no obstante, en medio de las pruebas y las tribulaciones que ocurrirían, a Juan se le mostró cómo terminaría todo: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido” (Apoc. 21:1, 2).
La gran visión apocalíptica que Juan registró lo ayudó a descansar con confianza en los preceptos y las promesas de Dios.
La vida ahora puede ser difícil, y hasta aterradora incluso. Sin embargo, ¿cómo nos reconforta ahora saber que Dios conoce el futuro y que el futuro, a largo plazo, es bueno?