“No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gál. 2:21).
LA LEY EN DEUTERONOMIO
En la frontera de Canaán, la nación hebrea, el pueblo elegido por Dios, finalmente está a punto de heredar la tierra que Dios le había prometido. Y, como hemos visto, Deuteronomio consiste en las instrucciones finales de Moisés a los hebreos antes de que ocupen la tierra. Y, entre esas instrucciones, estaban los mandamientos para obedecer.
Lee los siguientes pasajes. ¿Qué idea se expresa vez tras vez tras vez, y por qué este aspecto es tan importante para el pueblo? (Deut. 4:44; 17:19; 28:58; 30:10; 31:12; 32:46; 33:2).
Hasta la lectura más superficial del libro de Deuteronomio muestra cuán primordial era la obediencia a la Ley para la nación de Israel. En realidad, eran sus compromisos con el Pacto. Dios había hecho mucho por ellos y lo seguiría haciendo; cosas que no podían hacer por sí mismos y que no merecían inicialmente (de esto se trata la gracia: Dios nos da lo que no merecemos). Y lo que pedía en respuesta era, precisamente, obediencia a su Ley.
No es diferente ahora. La gracia de Dios nos salva, sin las obras de la Ley: “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Rom. 3:28), y nuestra respuesta es la obediencia a la Ley. Sin embargo, obedecemos la Ley, no en un vano intento de ser salvos por ella, “ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Rom. 3:20), sino como resultado de la salvación que recibimos con tanta gracia. “Si me aman, guardarán mis mandamientos” (Juan 14:15, RVA-2015).
Deuteronomio podría considerarse una gran lección objetiva sobre la gracia y la Ley. Mediante la gracia, Dios nos redime, haciendo por nosotros lo que no podríamos hacer por nosotros mismos (como tampoco Israel podría haber huido de Egipto por su cuenta); en respuesta, vivimos por fe una vida de obediencia a él y su Ley. Desde la caída de Adán en adelante, hasta aquellos que experimenten el tiempo de angustia y la marca de la bestia, un pueblo representado como aquellos que “guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apoc. 14:12), la relación de Dios con su pueblo del Pacto es de Ley y gracia. La gracia de Dios nos perdona por haber violado su Ley, y la gracia de Dios nos permite obedecer su Ley también, una obediencia que surge de nuestra relación de pacto con él.
¿Cómo podemos evitar la trampa de volvernos legalistas al obedecer la Ley?