“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Gén. 3:15).
EL FRUTO PROHIBIDO
Lee Génesis 2:16 y 17; y 3:1 al 6 (ver además Juan 8:44). Compara las palabras del mandamiento de Dios a Adán con las palabras de la serpiente a la mujer. ¿Cuáles son las diferencias entre los discursos y cuál es el significado de estas diferencias?
Observa los paralelismos entre la conversación de Dios con Adán (Gén. 2:16, 17) y la conversación de Eva con la serpiente. Es como si la serpiente hubiera reemplazado a Dios y supiera incluso más que él. Al principio, simplemente hizo una pregunta, dando a entender que la mujer quizás había entendido mal a Dios. Pero, después Satanás cuestionó abiertamente las intenciones de Dios, e incluso lo contradijo.
El ataque de Satanás atañe a dos cuestiones: la muerte y el conocimiento del bien y del mal. A pesar de que Dios indicó en forma clara y enfática que la muerte sería segura si desobedecían (Gén. 2:17), Satanás, al contrario, dijo que no morirían, lo que implicaba que los seres humanos eran inmortales (Gén. 3:4). En tanto que Dios prohibió a Adán comer del fruto (Gén. 2:17), Satanás los animó a comer de él porque al comerlo serían como Dios (Gén. 3:5).
Los dos argumentos de Satanás, la inmortalidad y el ser como Dios, convencieron a Eva de que comiera el fruto. Resulta preocupante que en cuanto la mujer decidió desobedecer a Dios y comer del fruto prohibido se comportara como si Dios ya no estuviera presente y ella misma lo hubiese reemplazado. El texto bíblico alude a este cambio de personalidad. Eva utiliza el lenguaje de Dios; la evaluación de Eva del fruto prohibido: “vio [...] que era bueno” (Gén. 3:6), lo que recuerda la evaluación de Dios de su Creación: “vio [...] que era bueno” (Gén 1:4, 10, etc.).
Estas dos tentaciones, la de ser inmortal y la de ser como Dios, son el origen de la idea de la inmortalidad en las religiones griegas y egipcias antiguas. El deseo de inmortalidad, que creían que era un atributo divino, obligaba a estas personas a buscar también el estatus divino para adquirirla (eso esperaban). De manera subrepticia, esta forma de pensar se infiltró en las culturas judeocristianas y ha dado origen a la creencia de la inmortalidad del alma, que existe aún hoy en muchas iglesias.
Piensa en todas las creencias que existen en la actualidad que enseñan que hay algo inherentemente inmortal en todos nosotros. ¿Cuán poderosa es la protección que nos brinda nuestra interpretación de la naturaleza humana y del estado de los muertos contra este engaño peligroso?