“Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mat. 27:46).

EL DIOS SUFRIENTE

jueves 22 de septiembre, 2022

Podríamos irnos acostumbrando a que, mientras estemos aquí, en este mundo, vamos a sufrir. Como criaturas caídas, es nuestro destino. No hay nada en la Biblia que nos prometa algo diferente. Al contrario...

¿Qué aportan los siguientes versículos sobre el tema que nos ocupa? Hechos 14:22; Filipenses 1:29; 2 Timoteo 3:12.

No obstante, en medio de nuestro sufrimiento, debemos tener en cuenta dos cosas.

En primer lugar, Cristo, nuestro Señor, sufrió más que cualquiera de nosotros. En la Cruz, “llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores” (Isa. 53:4); lo que conocemos solo en el ámbito personal él lo sufrió en forma colectiva por todos nosotros. Aquel que no tenía pecado, “por nosotros [se] hizo pecado” (2 Cor. 5:21) y sufrió de una manera que nosotros, como criaturas pecadoras, no podríamos ni empezar a imaginar.

En segundo lugar, mientras sufrimos, debemos recordar los resultados del sufrimiento de Cristo; es decir, lo que se nos prometió gracias a lo que Cristo ha hecho por nosotros.

Lee Juan 10:28; Romanos 6:23; Tito 1:2; y 1 Juan 2:25. ¿Qué se nos promete?

Cualesquiera que sean nuestros sufrimientos aquí, gracias a Jesús, gracias a que él llevó sobre sí el castigo de nuestro pecado, gracias a la gran provisión del evangelio (que mediante la fe podemos ser perfectos en Jesús ahora mismo), tenemos la promesa de la vida eterna. La promesa es que, gracias a lo que Cristo ha hecho, gracias a la plenitud y la integridad de su vida y su sacrificio perfectos, nuestra existencia aquí, llena de dolor, decepciones y pérdidas, no es más que un instante, un destello, que llega y se va, en contraste con la eternidad que nos espera; una eternidad en un cielo nuevo y una Tierra Nueva, sin pecado, sufrimiento ni muerte. Y todo esto que se nos ha prometido y garantizado es únicamente gracias a Cristo y el crisol que padeció con el propósito de que un día, muy pronto, pueda ver “el fruto de la aflicción de su alma, y qued[e] satisfecho” (Isa. 53:11).