“Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (Juan 11:25, 26).
DOS CASOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO
Lee 1 Reyes 17:8 al 24 y 2 Reyes 4:18 al 37. ¿Qué similitudes y diferencias ves en estas dos resurrecciones?
En Hebreos 11, leemos que por fe “las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección” (Heb. 11:35). Esto ocurrió con las dos resurrecciones descritas en los pasajes de hoy.
La primera (ver 1 Rey. 17:8-24) ocurrió durante la gran apostasía de Israel, bajo la influencia del rey Acab y de su esposa pagana Jezabel. Mientras una grave sequía estaba devastando la tierra, Dios ordenó a Elías que fuera a Sarepta, una ciudad no perteneciente a Israel. Allí conoció a una pobre viuda fenicia que estaba a punto de cocinar una última comida miserable para ella y su hijo, para luego morir. Pero salvaron su vida gracias al milagro de la harina y el aceite, que no se agotaron hasta que pasó la sequía. Poco después, su hijo se enfermó y murió. Desesperada, la madre le suplicó ayuda a Elías, quien clamó a Dios. “El Señor oyó el clamor de Elías, y el muchacho volvió a la vida” (1 Rey. 17:22, NVI).
La segunda resurrección (ver 2 Rey. 4:18–37) tuvo lugar en Sunem, una aldeíta al sur del monte Gilboa. Eliseo había ayudado a una viuda pobre a pagar sus deudas mediante el milagro de llenar muchas vasijas de aceite (2 Rey. 4:1-7). Más adelante, en Sunem, conoció a una destacada mujer casada sin hijos. El profeta le dijo que tendría un hijo, y sucedió según lo predicho. El niño creció y era sano, pero un día enfermó y murió. La sunamita fue al monte Carmelo y le pidió a Eliseo que la acompañara para ver a su hijo. Eliseo oró persistentemente a Dios, y finalmente el niño revivió.
Estas mujeres tenían diferentes trasfondos, pero la misma fe que salva. La viuda fenicia recibió al profeta Elías en un momento extremadamente difícil cuando no había un lugar seguro para él en Israel. La sunamita y su esposo construyeron una habitación especial donde el profeta Eliseo pudiera hospedarse cuando pasara por su región. Cuando los dos niños murieron, sus fieles madres apelaron a esos profetas de Dios y tuvieron el gozo de ver a sus hijos resucitar.
Estas dos historias son maravillosas, pero por cada una de ellas, ¿cuántos otros relatos desconocidos habrá que no tuvieron sucesos milagrosos? ¿Qué debería enseñarnos este triste hecho acerca de la centralidad de nuestra fe en la resurrección prometida para el tiempo del fin?