“Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (Juan 11:25, 26).
EL HIJO DE LA VIUDA DE NAÍN
La Biblia dice que Jesús “anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hech. 10:38). De hecho, todos los evangelios están colmados de relatos en los que Jesús sirve a muchas almas necesitadas y heridas, razón por la que más adelante muchos judíos llegaron a creer que Jesús era el Mesías prometido.
“Había aldeas enteras donde no se oía un solo gemido de dolor en ninguna casa, porque él había pasado por ellas y sanado a todos sus enfermos. Su obra demostraba su unción divina. En cada acto de su vida revelaba amor, misericordia y compasión; su corazón rebosaba de tierna consideración por todos los seres humanos. Se revistió de la naturaleza humana para poder solidarizarse con nosotros en nuestras necesidades. Los más pobres y humildes no tenían te mor de acercarse a él. Aun los niñitos se sentían atraí dos hacia él” (CC 17).
Lee Lucas 7:11 al 17. ¿Qué diferencia importante hay entre lo que sucedió en esta resurrección y la que vimos ayer?
Durante su ministerio en Galilea, Jesús sanó a los enfermos y expulsó demonios. En cierta ocasión, él y sus seguidores estaban aproximándose a las puertas de Naín cuando una procesión fúnebre salía por esas puertas. En el ataúd abierto estaba el único hijo de una viuda, que lloraba desconsoladamente. Lleno de compasión por la madre afligida, Jesús le dijo: “No llores”. Entonces Jesús se volvió hacia el hijo muerto en el ataúd y le ordenó: “Joven, a ti te digo, levántate”. El hijo resucitó y Jesús “lo dio a su madre” (Luc. 7:13-15). La presencia de Jesús cambió completamente el escenario, y muchos que habían presenciado el milagro supieron no solo que había sucedido algo asombroso, sino además que alguien especial (lo llamaron “un gran profeta”) estaba entre ellos.
La viuda fenicia (1 Rey. 17:8-24), como la sunamita (2 Rey. 4:18-37), habían pedido ayuda a Elías y a Eliseo respectivamente. Pero la viuda de Naín recibió ayuda sin que ella la pidiera. Esto significa que Dios se preocupa por nosotros incluso cuando no podemos pedirle ayuda o nos sentimos indignos de hacerlo. Jesús vio el problema y lo resolvió; muy característico de Jesús a lo largo de todo su ministerio.
La verdadera religión implica cuidar de los huérfanos y las viudas que nos rodean (Sant. 1:27). Aunque, obviamente, no podremos hacer todos los milagros que hizo Jesús, ¿qué podemos hacer para servir a quienes sufren a nuestro alrededor?