“Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (Juan 11:25, 26).
LA HIJA DE JAIRO
Las resurrecciones antes de la muerte y la resurrección de Jesús no se limitaron a ningún grupo étnico específico ni a ninguna clase social en particular. Moisés fue, quizá, el mayor conductor humano del pueblo de Dios que jamás haya existido (Deut. 34:10-12). Por otro lado, la pobre viuda fenicia ni siquiera era israelita (1 Rey. 17:9). La sunamita era prominente en su comunidad (2 Rey. 4:8), aunque no era hebrea. La viuda de Naín tenía un solo hijo, del que probablemente dependía (Luc. 7:12). Por su parte, Jairo era un dirigente de la sinagoga, probablemente en Capernaum (Mar. 5:22). Más allá de sus diferentes antecedentes culturales o estatus social, el poder vivificante de Dios bendijo a todos ellos.
Lee Marcos 5:21 al 24 y 35 al 43. ¿Qué podemos aprender de la muerte a partir de las palabras de Cristo “La niña no está muerta, sino duerme”? (Mar. 5:39).
La hija de Jairo, de doce años, yacía mortalmente enferma en su casa. Por lo tanto, él buscó a Jesús y le rogó que fuese a su casa y pusiera sus manos sanadoras sobre ella. Pero, antes de que pudieran llegar allí, alguien ya llevó la triste noticia: “Tu hija ha muerto; ¿para qué molestas más al Maestro?” (Mar. 5:35). Entonces, Jesús le dijo al padre afligido: “No temas, cree solamente” (Mar. 5:36). De hecho, todo lo que el padre podía hacer era confiar totalmente en la intervención de Dios.
Al llegar a la casa, Jesús les dijo a los que estaban allí reunidos: “¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no está muerta, sino duerme” (Mar. 5:39). Lo ridiculizaron porque (1) sabían que ella estaba muerta y (2) no comprendieron el significado de sus palabras. “La consoladora expresión por la cual el ‘sueño’ equivale a la ‘muerte’ parece haber sido la forma favorita de Cristo para referirse a ese estado ([Mat. 9:24; Luc. 8:52] ver com. Juan 11:11-15). La muerte es un sueño, pero es un sueño profundo del cual solo el gran Dador de la vida puede despertarnos, porque solo él tiene las llaves del sepulcro (Apoc. 1:18; cf. Juan 3:26; Rom. 6:23)” (CBA 5:596).
Después de la resurrección de esta niña, los que la vieron “se espantaron grandemente” (Mar. 5:42). No es para menos. Por ahora la muerte es definitiva, absoluta y aparentemente irreversible. Haber visto algo como esto con sus propios ojos seguramente debió haber sido una experiencia increíble que les cambió la vida.
Las palabras de Jesús: “No temas, cree solamente” (Mar. 5:36) todavía son valiosas para nosotros hoy. ¿Cómo podemos aprender a hacer esto, incluso en medio de situaciones de temor, que son los momentos más importantes para seguir creyendo?