“Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Apoc. 1:17, 18).
MUCHOS SE LEVANTARON CON ÉL
“Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos” (Mat. 27:51–53). ¿Qué nos enseña este increíble relato sobre la resurrección de Jesús y lo que logró?
Un terremoto marcó la muerte de Jesús (Mat. 27:50, 51), y otro marcó su resurrección (Mat. 28:2). En el momento en que Jesús murió, “la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos” (Mat. 27:51–53). Estos santos resucitaron glorificados como testimonio de la resurrección del propio Cristo y como prototipos de quienes resucitarán en la resurrección final. Por lo tanto, inmediatamente después de la resurrección de Jesús, muchos judíos recibieron evidencias poderosas para creer en su resurrección y, por lo tanto, aceptarlo como su Salvador; y eso hicieron muchos, incluso muchos sacerdotes (ver Hech. 6:7).
“Durante su ministerio, Jesús había dado la vida a algunos muertos. Había resucitado al hijo de la viuda de Naín, a la hija del príncipe y a Lázaro. Pero estos no fueron revestidos de inmortalidad. Después de haber sido resucitados, todavía estaban sujetos a la muerte. Pero, los que salieron de la tumba en ocasión de la resurrección de Cristo fueron resucitados para vida eterna. Ascendieron con él como trofeo de su victoria sobre la muerte y el sepulcro. [...] Estos entraron en la ciudad y aparecieron a muchos declarando: ‘Cristo ha resucitado de los muertos, y nosotros hemos resucitado con él’. Así fue inmortalizada la sagrada verdad de la resurrección” (DTG 744).
Humanamente hablando, los principales sacerdotes y los ancianos tenían grandes ventajas. Tenían el poder religioso de la nación, e incluso pudieron convencer a las autoridades romanas y a las multitudes para que los ayudaran con sus planes. Pero se olvidaron de que “el Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere” (Dan. 4:32). La existencia de esos santos resucitados contradecía e invalidaba sus mentiras.
Por más difíciles que puedan ponerse las cosas ahora, ¿por qué podemos confiar en la victoria final de Dios en nuestro favor mientras todavía luchamos en este mundo caído?