“Después les dijo: ‘Estas son las palabras que les hablé cuando estaba aún con ustedes; que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos’. Entonces les abrió el sentido, para que entendiesen las Escrituras” (Luc. 24:44, 45).
CONOZCAMOS A LOS SALMISTAS
El rey David, cuyo nombre aparece en los títulos de la mayoría de los salmos, participó activamente en la organización de la liturgia del culto de Israel. Se lo llama “el dulce cantor de Israel” (2 Sam. 23:1). El Nuevo Testamento atestigua la autoría davídica de varios salmos (Mat. 22:43-45; Hech. 2:25-29, 34, 35; 4:25; Rom. 4:6-8). Muchos salmos fueron compuestos por los músicos del Templo, que también eran levitas: por ejemplo, Salmo 50 y Salmos 73 a 83, por Asaf; Salmo 42, Salmos 44 a 47, Salmo 49, Salmo 84, Salmo 85 y Salmo 88, por los hijos de Coré; Salmo 88, por Hemán el ezraíta; y Salmo 89, por Etán el ezraíta. Además de ellos, Salomón (Sal 72; 127) y Moisés (Sal. 90) fueron autores de algunos salmos.
Lee Salmos 25:1 al 5; 42:1; 75:1; 77:1; 84:1 y 2; 88:1 al 3; y 89:1. ¿Qué revelan estos salmos sobre las experiencias que vivieron sus autores?
El Espíritu Santo inspiró a los salmistas y utilizó sus talentos al servicio de Dios y de su comunidad de fe. Los salmistas eran personas de genuina devoción y profunda fe y, sin embargo, propensas a desalientos y tentaciones, como el resto de nosotros. Aunque escritos hace mucho tiempo, los salmos reflejan seguramente algo de lo que experimentamos hoy.
“Llegue mi oración a tu presencia, inclina tu oído a mi clamor. Porque saturado estoy de males, y mi vida está al borde del sepulcro” (Sal. 88:2, 3). Este es el clamor del alma del siglo XXI tanto como el de alguien de hace tres mil años.
Algunos salmos mencionan las dificultades; otros se centran en las alegrías. Los salmistas clamaron a Dios para que los salvara, y experimentaron su inmerecido favor. Glorificaron a Dios por su fidelidad y amor, y le prometieron su incansable devoción. Los salmos son, pues, testimonios de la redención divina y signos de la gracia y la esperanza de Dios. Los salmos transmiten una promesa divina a todos los que abrazan, por la fe, los dones divinos del perdón y de una vida nueva. Pero, al mismo tiempo, no tratan de encubrir, ocultar ni restarles importancia a las dificultades y el sufrimiento que prevalecen en un mundo caído.
¿Cómo podemos encontrar esperanza y consuelo sabiendo que incluso personas fieles, como los salmistas, lucharon con algunas de las mismas cosas que nosotros?