“Te alabaré entre los pueblos, Señor; cantaré de ti entre las naciones. Porque tu amor es grande hasta los cielos, y hasta las nubes tu fidelidad” (Sal. 57:9, 10).
NO OLVIDES NINGUNO DE SUS BENEFICIOS
Lee Salmo 103. ¿Cómo se describe aquí la misericordia de Dios?
Salmo 103 enumera las múltiples bendiciones del Señor. Las bendiciones incluyen “todas las cosas buenas” (Sal. 103:2, NTV) para una vida próspera (Sal. 103:3-6). Estas bendiciones se basan en el carácter misericordioso de Dios y en su fidelidad al pacto con Israel (Sal. 103:7-18). El Señor “se acuerda” de la fragilidad y la fugacidad humanas, y se compadece de su pueblo (ver Sal. 103:13-17).
El recuerdo es algo más que una mera actividad cognitiva. Implica un compromiso que se expresa en la acción: Dios libera y sostiene a su pueblo (Sal. 103:3-13). Las poderosas imágenes de Salmo 103:11 al 16 ilustran la inconmensurable grandeza de la gracia de Dios, que únicamente puede compararse con la infinita inmensidad de los cielos (Isa. 55:9).
¿Cómo debe responder el hombre a la bondad de Dios? En primer lugar, bendiciendo al Señor (Sal. 103:1, 2, RVR 1960). La bendición se entiende generalmente como un acto de otorgar beneficios
materiales y espirituales a alguien (Gén. 49:25; Sal. 5:12). Puesto que Dios es la Fuente de todas las bendiciones, ¿cómo pueden los seres humanos bendecir a Dios? Alguien inferior puede bendecir a un superior como forma de agradecerle o alabarlo (1 Rey. 8:66; Job 29:13). Dios bendice a las personas confiriéndoles el bien, y las personas bendicen a Dios alabando el bien que hay en él; es decir, reverenciándolo por su carácter misericordioso.
En segundo lugar, al recordar todos sus beneficios y su Pacto (Sal. 103:2, 18-22), al igual que el Señor recuerda la débil condición humana y el pacto con su pueblo (Sal. 103:3-13). Recordar es un aspecto esencial de la relación entre Dios y su pueblo. Del mismo modo que Dios recuerda sus promesas al pueblo, el pueblo debe recordar la fidelidad de Dios y responderle con amor y obediencia.
Con esta idea en mente, estas famosas palabras de Elena de White son muy apropiadas: “Sería bueno que cada día dedicásemos una hora de reflexión en la contemplación de la vida de cristo. Debiéramos tomarla punto por punto, y dejar que la imaginación se posesione de cada escena, especialmente de las finales. Mientras nos espaciemos así en su gran sacrificio por nosotros, nuestra confianza en él será más constante, se reavivará nuestro amor y seremos más profundamente imbuidos de su espíritu. Si queremos ser salvos al fin, debemos aprender la lección de penitencia y humillación al pie de la Cruz” (El Deseado de todas las gentes, p. 63).