“La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser la piedra angular. Obra del Señor es esto, es una maravilla a nuestros ojos” (Sal. 118:22, 23).
REY ETERNO DE PODER INCOMPARABLE
Lee Salmos 2; 110:1 al 3; 89:4 y 13 al 17; y 110:1, 2, 5 y 6. ¿Qué nos enseñan estos textos acerca de Cristo como Rey?
La descripción de Dios como Padre del Mesías apunta a la coronación del rey cuando este fue adoptado en el Pacto de Dios (Sal. 2:7; 89:26-28). Salmo 2:7 prevé la resurrección y la exaltación de Cristo como el amanecer del nuevo Pacto eterno y del sacerdocio real de Cristo (Hech. 13:33-39; Heb. 1:5; 5:5). El Mesías se sienta a la diestra de Dios como alguien que posee honor y autoridad sin precedentes (Sal. 110:1; Hech. 7:55, 56). “Además, la interacción entre el Señor y el ‘ungido’ (Mesías) sugiere incluso una intención de identificar a este Mesías davídico con el Señor mismo. [...] Si el que está sentado a la diestra es el Señor, entonces, el Señor es el Mesías, ya que este último también es visto a la diestra [ver Salmo 110:1, 5]” (Jacques Doukhan, On the Way to Emmaus [Clarksville, MD: Lederer Books, 2012], pp. 26, 27).
Finalmente, Cristo tendrá la victoria absoluta sobre sus enemigos. Hacer de los enemigos un “estrado” es una imagen que refleja la costumbre de los antiguos reyes del Cercano Oriente de colocar sus pies sobre el cuello de sus enemigos derrotados para demostrar el dominio total sobre ellos. Sin embargo, la vara de Cristo no es aquí una herramienta de terror (Sal. 2:9; 110:2).
La vara (“bastón”) la llevaban originalmente los líderes tribales como símbolo de la tribu (Núm. 17:2-10). La vara de Cristo procede de Sion, porque él representa al pueblo de Sion. Su vara es un símbolo del juicio divino, que pone fin al dominio del mal y representa el reinado sin rival de Cristo (Apoc. 2:27; 12:5). Incluso los reyes impíos tienen la oportunidad de arrepentirse y someterse al Mesías (Sal. 2:10-12).
Una representación gráfica de la victoria final de Cristo se encuentra en la escena previa al Advenimiento en Daniel 7, que muestra que, después de que se da el juicio “en favor de los santos del Altísimo” (Dan. 7:22), se establece su Reino, “cuyo reino es reino eterno” (Dan. 7:27). Gracias a la Cruz, la promesa del Reino está asegurada.
Se promete una bendición a todos los que confían en el Rey, y el pueblo se regocija en el reinado soberano y justo del Mesías (Sal. 2:12; 89:15-17).
Qué agradable es saber que, sí, al final, el bien triunfará sobre el mal, se hará justicia, y el dolor y el sufrimiento serán vencidos para siempre. ¿De qué manera debería consolarnos esta verdad ahora que, desde una perspectiva humana, el mal parece prosperar?