“Anhelo y ardientemente deseo los atrios del Señor. Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo” (Sal. 84:2).
INAMOVIBLE COMO EL MONTE SION
Lee Salmo 125:1 y 2. ¿Cómo se describe aquí a los que confían en Dios?
A los que confían en el Señor se los compara con el monte Sion, símbolo de firmeza y fortaleza. La magnífica vista de las montañas que rodeaban la ciudad de Jerusalén inspiró al salmista a reconocer la certeza de la protección divina (Sal. 5:12; 32:7, 10). A diferencia de los montes dominados por los impíos, que son zarandeados por los mares (Sal. 46:2), la impresionante durabilidad del monte sobre el que se asentaba Jerusalén inspira una profunda confianza. La confianza en la protección de Dios se hace aún más audaz ante la dolorosa realidad en la que el mal parece prevalecer con tanta frecuencia. Sin embargo, incluso en medio de ese mal, el pueblo de Dios puede tener esperanza.
Lee Salmo 125:3 al 5. ¿Qué tentación tienen los justos? ¿Cuál es la lección para nosotros?
Los hijos de Dios pueden sentirse desanimados por el éxito de los impíos y quizá se sientan tentados a seguir sus caminos (Sal. 73:2-13; 94:3). La tremenda estabilidad del monte de Sion no puede proteger a los que se apartan del Señor. El pueblo sigue teniendo libertad para extender “sus manos a la iniquidad” (Sal. 125:3) y apartarse “por sendas tortuosas” (Sal. 125:5). El Señor es justo y juzgará a quienes persistan en su rebeldía, junto con otros pecadores impenitentes.
Este es el llamado al pueblo de Dios para que permanezca inconmovible en la fe y la confianza en el Señor, del mismo modo que el monte Sion es su refugio inconmovible. Es decir, aun cuando no entendemos las cosas, podemos seguir confiando en la bondad de Dios.
“La entrada del pecado en el mundo, la encarnación de Cristo, el nuevo nacimiento, la resurrección, y muchos otros asuntos que se presentan en la Biblia, son misterios demasiado profundos para que la mente humana los explique o incluso los comprenda plenamente. Pero no tenemos razón para dudar de la Palabra de Dios porque no podamos entender los misterios de su providencia. [...] Por todas partes se presentan maravillas que superan nuestra comprensión. Por lo tanto, ¿deberíamos sorprendernos de que también en el mundo espiritual encontremos misterios que no podemos sondear? La dificultad reside únicamente en la debilidad y la estrechez de la mente humana. Dios nos ha dado en las Escrituras suficientes pruebas de que estas son de carácter divino, y no debemos dudar de su Palabra porque no podamos entender todos los misterios de su providencia” (Elena de White, El camino a Cristo, p. 108).