“Porque no nos ha dado Dios espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Tim. 1:7).
LA PERSECUCIÓN A LA IGLESIA PRIMITIVA
Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento contienen ejemplos de precursores de los acontecimientos finales. La vida no fue fácil para los cristianos del primer siglo. Primero fueron odiados por muchos de sus propios correligionarios, quienes los consideraban una amenaza para la fe de Moisés. También se enfrentaron a la ira del pagano Imperio Romano. “Los poderes de la Tierra y del infierno se coligaron contra Cristo en la persona de sus seguidores. El paganismo previó que, de triunfar el evangelio, sus templos y sus altares serían derribados; por lo tanto, reunió sus fuerzas para destruir el cristianismo. Se encendieron los fuegos de la persecución” (Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 43).
El libro de Hechos registra una historia que ilustra poderosamente lo que el pueblo de Dios puede esperar a medida que nos dirigimos hacia el escenario descrito en Apocalipsis 13.
Lee Hechos 12:1 al 19. ¿Qué elementos de esta historia podrían presagiar los acontecimientos de los últimos días?
Santiago había sido decapitado y Pedro habría de ser el siguiente, pues existía la pena de muerte contra los cristianos. Quizás uno de los aspectos más notables de esta historia sea el hecho de que Pedro dormía tan profundamente, durante la que debería haber sido para él la peor noche de su vida, que el ángel tuvo que golpearlo para que despertara.
Pedro fue milagrosamente puesto en libertad y se dirigió a una reunión de creyentes que, paradójicamente, dudaban de que hubiera sido liberado aunque estaban orando por ello. La Biblia dice que quedaron atónitos, lo que nos llama a reflexionar acerca de cuántas veces oramos sin confiar demasiado en que Dios nos responderá.
Algunos creyentes se salvaron durante aquella persecución, mientras que otros fueron asesinados. A medida que nos acercamos al final de los tiempos, sucederá lo mismo. Incluso Pedro, aunque fue librado en esa ocasión, murió finalmente por su fe. Jesús mismo le anunció cómo moriría: “Te aseguro: ‘Cuando eras más joven, te ceñías e ibas a donde querías. Pero cuando seas anciano, extenderás tus manos y otro te ceñirá, y te llevará a donde no quieras’. Dijo esto para dar a entender de qué muerte había de glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: ‘Sígueme’ ” (Juan 21:18, 19).
Tras anunciar a Pedro cómo moriría, Jesús le dijo: “Sígueme”. ¿Qué debería decirnos esto acerca de por qué ni siquiera el riesgo de la muerte debería impedirnos seguir al Señor?