"¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen

  de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dul-

  ce, y lo dulce por amargo! ¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de

  los que son prudentes delante de sí mismos" (Isaias 5:20, 21).

UNA ACTITUD DE ENTREGA

miércoles 27 julio, 2011

La adoración es un tema serio en la Biblia. No es asunto de gusto personal, ni es hacer lo que a uno le agrada o seguir las inclinaciones propias. Siempre existe el peligro de caer en rituales muertos y tradiciones que han llegado a ser fines en sí mismos en lugar de ser medios para un fin. Y ese fin es la verdadera adoración a Dios en una forma que cambie nuestras vidas, y nos lleve a la conformidad con su voluntad y su carácter (Gálatas 4:19). Por eso, debemos ser cuidadosos de no permitir que la exaltación propia, la gratificación pecaminosa y un deseo de gloria personal nos dicten cómo adoraremos.

Avancemos muchos años en la historia de Israel y leamos una historia sencilla que puede ayudar a revelarnos cómo la verdadera adoración puede ser expresada en el corazón de un alma penitente.

Lee la historia de Ana en 1 Samuel 1. ¿Qué podemos obtener de su experiencia que nos ayude a comprender el significado de la adoración, y cómo hemos de adorar a Dios?

Aunque tenemos que recordar que Dios debe ser el centro de nuestra adoración, no adoramos a Dios en un vacío. No estamos adorando a un ser distante, lejano, abstracto; estamos adorando al Dios que nos creó y redimió, y que se relaciona con los asuntos humanos. Estamos adorando a un Dios personal, que interviene en nuestras vidas en las formas más íntimas, formas que nos ayudan en nuestras necesidades más profundas, si se lo permitimos.

Ana adoró a Dios desde los lugares más recónditos de su alma. En un sentido, todos somos como Ana. Todos tenemos grandes y profundas necesidades que, por nosotros mismos, no podemos atender. Ana fue ante Dios con una actitud de completa entrega propia. (Después de todo, ¿cuánta más entrega propia puede haber si uno está dispuesto a renunciar a su hijo?) Podemos, y debemos, ir ante Dios con nuestras necesidades; pero siempre debemos subordinar esas necesidades a la voluntad de Dios para nuestras vidas. La verdadera adoración debe fluir de un corazón totalmente quebrantado, consciente de su propia impotencia y dependencia de Dios.

¿Qué partes de tu vida están quebrantadas? ¿Cómo puedes aprender a dárselas a Dios?

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