“Truena la voz del Señor al frente de su ejército; son innumerables sus tropas y poderosos los que ejecutan su palabra. El día del Señor es grande y terrible. ¿Quién lo podrá resistir? (Joel 2:11).

REFUGIO EN TIEMPO DE AFLICCIÓN (Joel 3)

jueves 18 abril, 2013

Los profetas comparan la venida del juicio de Dios con el rugido de un león, un sonido que estremece a todos (Joel 3:16; Amós 1:2; 3:8). En la Biblia, Sion designa el lugar del trono terrenal de Dios en Jerusalén. Desde allí, Dios castigará al enemigo, pero al mismo tiempo vindicará a su pueblo que espera la victoria de Dios y compartirá su triunfo cuando renueve la creación.

Para algunas personas, el cuadro que presenta la Escritura del Juicio Final es difícil de comprender. Es bueno recordar que el mal y el pecado son muy reales, y que sus fuerzas tratan de oponerse a Dios y destruir toda forma de vida. Dios es enemigo del mal. Por esto, Joel nos invita a examinar nuestras vidas para asegurarnos de que estamos del lado de Dios, a fin de ser protegidos en el día del Juicio.

Lee Mateo 10:28 al 31. ¿De qué modo estos textos nos ayudan a comprender, aun en tiempos calamitosos, lo que tenemos en Jesús?

Dios sostiene a quienes perseveran en la fe. Puede traer desolación sobre la Tierra (Joel 3:1-15); no obstante, su pueblo no necesita temer sus actos de juicio porque él ha prometido protegerlo (vers. 16) y darle seguridad. Sus actos soberanos y llenos de gracia demuestran que él es un Dios fiel al pacto y nunca más permitirá que los justos sean avergonzados (Joel 2:27).

El libro de Joel termina con una visión de un mundo transformado, donde fluye un río en medio de la Nueva Jerusalén, y la presencia del Dios eterno está entre su pueblo perdonado (Joel 3:18-21).

Este mensaje profético nos desafía a caminar en el Espíritu, a seguir una vida cristiana de todo corazón y a alcanzar a quienes todavía no conocen el nombre de Cristo. Al hacerlo, reclamamos la promesa divina de la presencia permanente de Cristo, por medio del Espíritu Santo, que mora en los corazones de su pueblo fiel.

Debemos conocer nuestra verdadera condición, pues de lo contrario no sentiremos nuestra necesidad de la ayuda de Cristo. Debemos comprender nuestro peligro; pues, si no lo hacemos, no huiremos al refugio. Debemos sentir el dolor de nuestras heridas, o no desearemos curación” (PVGM 122). ¿Cómo entiendes tu “verdadera condición”? ¿Qué dolores estás sufriendo? ¿Cómo experimentaste el “refugio” que Cristo nos prometió?

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