"El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta, alcanzará misericordia" Proverbios 28:13

CONTRASTE ENTRE VERDADERO Y FALSO ARREPENTIMIENTO

miércoles 07 agosto, 2013

Hay ejemplos muy específicos en la Biblia de personas que buscaron arre­pentirse pero que no fueron perdonadas por Dios. Lloraron. Estuvieron tristes. Confesaron su pecado, pero no fueron perdonadas.

Lee los informes de Faraón, Balaam, Esaú y Judas, en Éxodo 12:29 al 32; Números 22:32 al 35; Hebreos 12:17; y Mateo 27:4. ¿Qué elemento común ves en cada una de estas historias con respecto al arrepentimiento y/o la confesión?

Una frase de Hebreos 12:17 lo resume bien. Hablando de Esaú, el pasaje dice que, "deseando heredar la bendición", se arrepintió. Como Faraón, Balaam y Judas, el corazón de Esaú no se quebrantó por el dolor que su pecado había traído a la familia o a Dios. Su preocupación era la primogenitura que había perdido. Estaba triste por no recibir lo que había creído que por derecho le pertenecía. Sus motivos no fueron puros. Su tristeza fue por sí mismo. El falso arrepentimiento se concentra en las consecuencias del pecado, y no en el pecado mismo.

La ley de la siembra y la siega es una ley divina. Es cierto que el pecado trae graves consecuencias, pero el arrepentimiento no se concentra en los resultados negativos del pecado, sino que se preocupa por la deshonra y la tristeza que nuestro pecado provocan en Dios.

El verdadero arrepentimiento se caracteriza por tres cosas, por lo menos: Primero, una tristeza porque nuestro pecado hirió el corazón de Dios, que nos ama tanto. Segundo, hay una confesión honesta del pecado específico que hemos cometido. No adornamos el pecado ni damos excusas por él. No echamos la culpa a algún otro. Asumimos la responsabilidad por nuestras acciones. Tercero, el verdadero arrepentimiento siempre incluye la decisión de alejarnos de nuestro pecado. No puede haber arrepentimiento genuino a menos que haya una reforma en nuestra vida. El falso arrepentimiento, por otro lado, se centra en uno mismo. Está preocupado por las consecuencias de nuestro pecado. Es un estado emocional de tristeza porque nuestro pecado a menudo trae consecuencias negativas. Ofrece excusas y echa la culpa sobre otro. No está preocupado por cambiar la conducta, a menos que el cambio traiga su propia recompensa personal.

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