"Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis, y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto" (Hageo 1:6).

“HIJO DE HOMBRE, ¿HAS VISTO...?”

domingo 28 de agosto, 2011

La apostasía no sucede de la noche a la mañana; pueblos enteros no se apartan de Dios en un día, una semana o un año. El proceso es mucho más lento; un pequeño cambio aquí, una pequeña transigencia allá; un poco menos de rigidez, para estar al día con los tiempos, o para acomodarnos a las tendencias de la sociedad y de la cultura. Poco a poco, y antes de mucho, una nación entera hace cosas que una generación o dos antes habrían sido consideradas con horror. Eso sucedió con Israel y con Judá; lo mismo pasó con el cristianismo primitivo, y puede pasar con cualquier iglesia, incluyendo la nuestra, si no guardamos celosamente las verdades y las prácticas que Dios nos dio.

Mientras lees Ezequiel 8, nota que todo esto ocurría en el Templo que Dios había instituido, y donde Dios había prometido poner su nombre. ¿Cómo podía la gente, y los líderes, haber caído en esa apostasía? ¿Qué lecciones podemos aprender?

Los pecados secretos, consentidos por sacerdotes y ancianos, eran las abominables prácticas de adoración de su cultura. Los que deberían haber conducido al pueblo de Dios en la verdadera adoración la adaptaban a las costumbres pecaminosas de sus tiempos, trayendo las abominaciones de las culturas que los rodeaban al Santuario de Dios. Cuán irónico es que solo la venida del ejército babilonio acabaría con la profanación del templo de Dios, y eso con su destrucción.

Lee cuidadosamente Ezequiel 8:12. ¿Qué razones usaban esos ancianos para justificar sus acciones? ¿Qué pudo haberlos llevado a esa falsa conclusión?

Estas personas debieron de haberse apartado tanto de Dios que creyeron que él no las veía o que él no se preocupaba por ellas. Dios, quien había mostrado su cuidado y su deseo de obediencia ¿ era ahora considerado como que había abandonado la tierra? Cuán cuidadosos necesitamos ser, porque el pecado endurecerá nuestros corazones y envenenará nuestras mentes hasta que racionalicemos incluso las prácticas más terribles.