"Los bendijo Dios, y les dijo: fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra" (Génesis 1:28).
MAYORDOMOS DE NUESTRA SALUD
Como ya vimos, la creación original de Dios era “buena”, y “buena en gran manera”. Todo y todos salieron de las manos del Creador en un estado de perfección. No había enfermedades, ni plagas, ni muerte. A diferencia del modelo evolucionista, en el cual la enfermedad, las plagas y la muerte fueron parte de el proceso de creación, estas cosas solo aparecieron después de la caída, después de la entrada del pecado. Solo recordando la historia de la creación podemos comprender mejor la enseñanza bíblica acerca de la salud y de la curación.
Lee 1 Corintios 6:19, 20. ¿Cuál es nuestra responsabilidad ante Dios con respecto al cuidado de nuestros cuerpos?
El cerebro forma parte de nuestros cuerpos, y es por medio del cerebro que el Espíritu Santo se comunica con nosotros. Si deseamos tener comunión con Dios, debemos cuidar nuestro cuerpo y cerebro. Si abusamos del cuerpo, nos destruimos a nosotros mismos, tanto física como espiritualmente. De acuerdo con estos textos, todo el tema de la salud y del modo en que cuidamos de nuestros cuerpos, el “templo de Dios”, es un tema moral, lleno de consecuencias eternas.
El cuidado de la salud es una parte vital de nuestra relación con Dios. Claro, algunos aspectos de nuestra salud están más allá de nuestro poder. Todos tenemos genes defectuosos, todos estamos expuestos a productos químicos desconocidos y otros agentes dañinos, y todos corremos el riesgo de daños físicos que perjudican nuestra salud. Dios sabe esto. Pero en la medida en que podamos, hemos de hacer lo mejor posible para mantener saludable y en buen estado nuestro cuerpo saludable, pues está hecho a la imagen de Dios.
“Que ninguno que profesa piedad considere con indiferencia la salud del cuerpo, y se engañe a sí mismo que la intemperancia no es pecado, y que no afectará su espiritualidad. Existe una estrecha simpatía entre la naturaleza física y la moral. Los hábitos físicos elevan o degradan las normas de virtud. [...] Cualquier hábito que no promueva una acción saludable en el sistema humano degrada las facultades más elevadas y nobles”. (Elena de White, RH, 25 de enero de 1881).